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ubo un tiempo en que La Paz era el faro que iluminaba a Bolivia. Una ciudad que no solo era admirada por su belleza entre montañas, sino por su empuje, su gestión y su capacidad de ofrecer oportunidades. Desde cada rincón del país, miles de jóvenes llegaban con la esperanza en la maleta y el futuro en los bolsillos. Aquí se trabajaba, se crecía, se soñaba. Era la ciudad de todos.

Hoy, escribir sobre La Paz duele. No como una queja, sino como un acto de amor que exige mirar de frente una realidad que preferimos evitar. Porque no se trata de nostalgia, sino de responsabilidad. De entender cómo la ciudad más importante de Bolivia ha caído a un tercer o cuarto lugar. Y más importante aún: de cómo podemos detener esta decadencia antes de que sea irreversible.

¿Por qué hablamos de decadencia? Porque lo que fue liderazgo, hoy es precariedad. Lo que fue ejemplo, hoy es una lección de lo que no debe repetirse.

Durante más de un siglo, La Paz fue el centro del desarrollo político, económico y cultural del país. Era la ciudad de las oportunidades. Hoy, nuestros jóvenes y profesionales ya no la ven como destino, sino como punto de partida. Buscan otras ciudades dentro del país —Santa Cruz, Cochabamba, El Alto— o sueñan con un futuro en el extranjero: Chile, Perú, Argentina, Europa.

Una gestión municipal atrapada en la improvisación, el abandono y la corrupción ha desmantelado el valor de lo público y ha dejado nuestras instituciones sin rumbo ni dignidad. Tenemos un hospital, el de San Antonio, que no ha sido concluido en más de cuatro años a pesar de contar con presupuesto. Un botadero de basura que contamina el medio ambiente con lixiviados, sin cumplir ni una sola norma ambiental, funcionando como una bomba de tiempo para la salud pública.

No hay una sola calle sin baches, y las que tienen “asfaltos nuevos” son parches para el show. Las unidades educativas están abandonadas. Las mochilas escolares llegaron cuando el año escolar ya agonizaba, y con precios tan inflados que uno se pregunta si fueron adquiridas en librerías de Dubái.

El sistema de salud exige que la gente madrugue desde las 4 a.m. para obtener atención. El Sistema de Alerta Temprana no alerta, solo adorna pantallas de televisión. En lugar de previsión, hay brindis. En vez de planes de gestión de riesgos, se coloca una botella para decidir si un barrio está o no en peligro de deslizamiento. Así de frágil se ha vuelto la vida en La Paz.

Se han denunciado negociados, robos de asfalto, licitaciones amañadas, obras inconclusas y funcionarios municipales que, tras escándalos impúdicos, fueron premiados con ascensos. Mientras tanto, negocios legales son extorsionados, y los ilegales de concejales aliados operan con impunidad. Baños públicos y parqueos han sido concesionados como si fueran bienes privados, y la publicidad en vía pública se ha convertido en una fuente de ingresos para redes que no pagan patentes ni respetan la vida de quienes transitan bajo sus estructuras.

El municipio se ha transformado en un botín. Las decisiones no se toman con criterios técnicos, sino con intereses de bolsillo. La coima es la única forma de que un trámite avance. La corrupción no es una excepción: es la regla.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Por la demagogia. Porque confundimos espectáculo con liderazgo. Porque elegimos a quien ofrecía no cobrar impuestos, eliminar patentes, y prometer maravillas sin sustento. Porque creímos que la ciudad podía gestionarse con slogans virales, muñequitos y bailes de TikTok.

¿Cómo detenemos esta decadencia? Lo primero es dejar de negar lo evidente. Reconocer que la ciudad está mal. Lo segundo es entender que no podemos seguir delegando nuestro destino a políticos que ya nos demostraron que no les importamos. Lo tercero es actuar. Y actuar juntos.

No podemos permitir que nos sigan vendiendo humo. En tiempos de crisis, no se puede hablar de eliminar impuestos como si se tratara de una fiesta. Una ciudad sin ingresos no puede sostener salud, educación, infraestructura ni seguridad. Una ciudad sin reglas es solo un caos disfrazado de libertad.

La Paz necesita una reconstrucción integral. Moral, institucional, técnica y humana. Necesitamos una visión de desarrollo clara y compartida. Mesas de concertación ciudadana. Planes con metas reales. Una apuesta por las ciudades inteligentes, que usen la tecnología para lograr eficiencia, transparencia y participación.

Debemos priorizar la salud preventiva, una movilidad urbana moderna, infraestructura verde, seguridad ciudadana real. Debemos transformar el turismo en motor económico, la educación en puente al futuro, y la inversión privada en aliada estratégica. La ciudad debe ser un Hub de oportunidades para jóvenes, profesionales y emprendedores.

Y todo esto solo será posible con una mirada metropolitana. La Paz ya no puede pensarse aislada. Necesitamos resolver con El Alto, Viacha, Achocalla y Palca los problemas comunes: límites, transporte, agua, residuos sólidos, seguridad, promoción económica. O resolvemos juntos… o fracasamos todos.

No es una revolución de discursos vacíos, ni de piedras en las calles. Es una revolución de ideas. De honestidad. De trabajo. De inteligencia compartida. Una revolución ciudadana que comience en cada barrio, en cada casa, en cada corazón comprometido con La Paz.

Porque reconstruir esta ciudad no será tarea de un alcalde, ni de un partido político. Será tarea de todos. Ya no se trata de cambiar autoridades. Se trata de cambiar la historia.

La Paz no va a cambiar por arte de magia ni por la voluntad de los mismos de siempre. Va a cambiar cuando despertemos, cuando dejemos de resignarnos y asumamos el desafío de reconstruirla con nuestras propias manos. No será fácil, pero sí posible. No será inmediato, pero sí inevitable si actuamos con convicción. Esta ciudad no necesita más promesas: necesita protagonistas. Y ese protagonista puedes ser tú. Porque La Paz tiene futuro… pero solo si decidimos construirlo juntos.

César Dockweiler es militar, economista, PhD en Gestión del Desarrollo y Políticas Públicas.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.