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ientras el mundo seguía girando, un pequeño grupo de valientes decidió encender una chispa de libertad en las alturas. Aquella revolución fue impulsada por ideas y esperanzas. No se trató solo de romper cadenas, sino de imaginar un país posible. Hoy, a más de dos siglos de esa gesta, La Paz enfrenta otro tipo de lucha: ya no por su independencia, sino por su derecho a generar futuro.

¿Qué ha pasado con nuestra ciudad de La Paz?

Una ciudad con un envidiable potencial que, sin embargo, fue empujando a su gente a mirar hacia afuera. A miles de jóvenes a quienes formó, luego los decepcionó. A hombres y mujeres que construyeron familia, comunidad, historias… y hoy sienten que ya no tienen cabida. No porque les falte talento, sino porque les faltan oportunidades.

En La Paz, es común ver a un abogado detrás del volante de un taxi, a una médica vendiendo por redes sociales, a un administrador abriendo un puesto improvisado de comida. Trabajos dignos, sin duda, pero alejados de su vocación. Porque no se prepararon para abandonar su profesión, sino para ejercerla con orgullo. Pero el mercado laboral les cerró la puerta. Y lo más duro: la ciudad no hizo nada para abrirla.

Durante las últimas tres décadas, los gobiernos municipales no construyeron competitividad ni sentaron las bases para que el sector privado prospere y, con él, se genere empleo. El sistema de autorizaciones municipales se convirtió en una trampa. Una máquina de extorsión. Si no pagas coimas, tu trámite duerme. Si no “aceitas”, no inviertes. Así, miles de emprendedores se fueron. Inversores grandes y pequeños optaron por otras ciudades, donde la legalidad no depende de un “contacto”. ¿El resultado? Menos inversión. Menos empresas. Menos empleo. Menos oportunidades. Menos esperanza. Más talento que se va.

Y mientras tanto, La Paz se fue quedando sola, atrapada en un círculo vicioso. Ninguna autoridad edil hizo el trabajo elemental de identificar sus verdaderas ventajas competitivas: su ubicación estratégica, su capital humano altamente calificado, su enorme potencial en servicios, cultura, tecnología y economía del conocimiento.

Pero hay otra cara de esta historia. Una que aún no hemos escrito.

Porque La Paz tiene condiciones que pocas ciudades del mundo poseen. Puede convertirse en el Hub natural del turismo de altura, conectando a los viajeros con destinos únicos como Uyuni, Rurrenabaque, Toro Toro, Sucre, Potosí y hasta Machu Picchu, entre otros. Tiene una población joven, educada, resiliente y con hambre de futuro. Posee un potencial inexplorado en servicios, cultura, economía naranja, innovación y tecnología.

¿Se imaginan una ciudad donde los jóvenes desarrollen software desde Sopocachi para el mundo?¿Donde el turismo no dure un día, sino una semana, generando miles de empleos en gastronomía, hotelería, transporte, cultura y arte?¿Donde abrir una empresa no tome meses, sino minutos, gracias a plataformas digitales ágiles y transparentes?

Esa es la ciudad que soñamos y que nos merecemos. Una ciudad donde el desarrollo no expulse el talento, sino que lo atraiga. Una ciudad donde jóvenes, profesionales, emprendedores y familias encuentren razones para quedarse y crecer, y donde personas de todo el mundo quieran venir a construir su vida. Esa ciudad no está en otro continente ni en otro tiempo. Esa ciudad es La Paz. Solo hace falta activarla.

Y para activarla, se necesita una política pragmática, centrada en lo que funciona. Un Gobierno Municipal inteligente, ético y facilitador, que elimine barreras, genere confianza y promueva alianzas. Debemos crear sinergia entre lo público y lo privado, convertirlos en las locomotoras del desarrollo, capaces de generar oportunidades, empleo y bienestar. Con reglas claras, tecnología al servicio de la gente, educación alineada a los avances globales e innovación que premie el esfuerzo, construiremos una ciudad donde todos puedan crecer. Porque cuando una ciudad cree en su gente, su gente empieza a creer en ella.

No hablamos de “soñar bonito”. Hablamos de aplicar lo mejor de la razón con lo mejor del corazón. Porque si hay algo que la historia nos enseña es que las revoluciones verdaderas no se hacen con odio, se hacen con esperanza. Y hoy, La Paz necesita una revolución de oportunidades.

Este 16 de julio, cuando ondee la bandera paceña sobre el Illimani, recordemos que no celebramos solo una fecha: celebramos la voluntad de no conformarnos.

La Paz puede renacer. Y lo hará.

Construyamos una ciudad donde nadie tenga que irse para crecer. Donde los sueños no se frustren, sino que se incuben. Una ciudad que no excluya a sus hijos, sino que los abrace con oportunidades.

Porque el futuro no llega solo. Se construye. Y esta vez, lo vamos a construir juntos. “Muchos años después, cuando recordemos la ciudad que fuimos capaces de reconstruir desde el vacío y la frustración, sabremos que no fue magia: fue voluntad colectiva, inteligencia compartida y amor por La Paz.”

César Dockweiler es militar, economista, PhD en Gestión del Desarrollo y Políticas Públicas.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.