
os últimos acontecimientos en nuestro país han desatado dos posibles hipótesis que podrían explicar los motivos que desencadenaron un intento de golpe y la desestabilización de la democracia. Aclaro que no hay más opciones, pues no las hay. La primera hipótesis es que el intento de golpe fue provocado por el mismo gobierno, es decir, un autogolpe, lo que denomino “TEATRO GOLPISTA”; la segunda hipótesis sería que el golpe de Estado surgió de la propia cabeza de un General del Ejército que, aprovechando su eventual posición jerárquica, haya decidido escalar a una posición superior con el uso de las armas, es decir una “AVENTURA GOLPISTA”.
Detallemos ambas hipótesis para que nuestro amable lector pueda sacar sus propias conclusiones:
Hipótesis 1: ¿Fue un teatro golpista? Pues hay varias razones que podrían sustentar esta hipótesis. Es de conocimiento general que la economía boliviana se encuentra en una situación muy crítica y el gobierno no está haciendo nada para solucionar las causas del problema. El creciente déficit fiscal nos ha llevado a indicadores que son muy evidentes: la falta de dólares, la escasez de combustibles, el incremento de precios y otros elementos que están afectando el bolsillo de los bolivianos, se ha traducido en exigencias y movilizaciones ciudadanas que desencadenaron en la caída de la popularidad más baja del presidente.
Según algunas encuestas, se señala que la popularidad del presidente ha llegado a un nivel irreversible y ya es una utopía su posibilidad de ser reelecto. Bajo estas circunstancias, en la mente de un estratega maquiavélico, le queda la opción de provocar un evento extraordinario que tenga la capacidad de distraer la atención total de la gente respecto al problema principal que es la situación de la economía y llevarlo hacia un tema político relacionado con la recuperación de la democracia. Bajo esas circunstancias, suena bien la idea de un “autogolpe”.
Algunos hechos nos podrían sugerir que esta situación fue provocada por el propio gobierno, por ejemplo, la anticipación mediante declaraciones realizada por diferentes miembros del gabinete, señalando que se preparaba un golpe blando nos hace rememorar un célebre ejemplar de la literatura: “Crónica de una muerte anunciada”. Las declaraciones del Gral. Zúñiga como comandante del ejército, con una flagrante vulneración a la Constitución, no recibió ninguna llamada de atención de sus niveles jerárquicos correspondientes, como el Capitán General de las Fuerzas Armadas, el Ministro de Defensa o el propio Comandante en Jefe de la institución armada. Esto muestra que no había ninguna intención de censurar esas acciones. Por el contrario, un “notorio” diputado y portavoz del gobierno señaló que se lo debería condecorar.
Otros hechos llaman la atención, como que todo parecía estar organizado. Por ejemplo, las tanquetas del ejército llegaron a la Plaza Murillo sin ser detectadas ni percibidas por la inteligencia del gobierno, la población estaba más enterada que el propio gobierno, quienes supuestamente se vieron sorprendidos por tal situación. Otro elemento llamativo fue la bocanada que se dieron el comandante del ejército con el presidente, o la actuación del ministro de gobierno totalmente descubierto sin ninguna protección antibalas ante los fusiles y tanques del ejército. ¿Sabían que no era real el golpe? También llama la atención la gran cantidad de medios de comunicación que dieron cobertura, en el que seguramente es el “golpe de estado más mediático” del planeta. Los medios de comunicación estaban metidos hasta el mismo tuétano de palacio de gobierno, en plena movilización armada. Sin duda, hay cosas que no cuadran. Es cierto que el pueblo boliviano no vivía estos episodios hace más de 40 años, pero la forma y las circunstancias como se dieron nos dejaron más dudas que certidumbres respecto a un golpe de estado, o dicho de otra manera, nos dejaron más certidumbres que dudas respecto a un autogolpe.
Hipótesis 2: ¿Fue una aventura golpista? Esta hipótesis surgiría en la cabeza de un general del ejército, quien habiendo logrado el máximo nivel al que aspira un oficial en la larga carrera militar, decide utilizar las armas para pasar a la historia con la promoción de su propio ascenso de Comandante del Ejército a Capitán General de las Fuerzas Armadas. Un soñado momento de gloria, llegar a ser el presidente de Bolivia por la vía de las armas, pisoteando la constitución y diluyendo una frágil democracia con unas tanquetas y fusiles apuntando hacia el palacio de gobierno. Sus razones parecen ser muy débiles frente a la situación del país, no pasar al retiro sin intentar emular a sus “adorables” predecesores y lograr su sueño de gloria. Quizás otra razón podría ser que no estaba en sus cabales y no percibió que las circunstancias habían cambiado y que el pueblo boliviano no permitirá nuevamente que las Fuerzas Armadas nos sometan a su voluntad utilizando las armas y el temor como sus instrumentos para gobernar.
Parece que ni la ambición personal de gloria ni una eventual locura nos dan argumentos sólidos para considerar que fue una aventura golpista, más aún cuando en sus tres intervenciones fue cambiando de discurso. Primero manifestó frente al presidente que NO obedecería sus órdenes, luego señaló que quería salvar al país de sus opresores y liberar a presos políticos, mostrándose claramente como un instrumento de intereses políticos de la derecha, seguramente con el propósito de incriminar a esta facción del pueblo boliviano; y finalmente, la más llamativa, cuando con una serie de detalles menciona que fue un autogolpe pues cumplía instrucciones del propio presidente con el propósito de desviar la atención de un momento crítico en su popularidad.
Este radical cambio de discurso, más allá de confundirnos, nos señala que hubo un plan gestado en la maquiavélica cabeza de alguien, quien encontró en el comandante del ejército a una persona desquiciada por el poder o ilusa al nivel de inmolarse por un objetivo político, del cual jamás saboreará sus mieles. Escuché a alguien del pueblo decir: “Podemos ser ignorantes, pero no somos estúpidos”. Esta afirmación encierra una gran verdad. A pesar de que hoy se quiera mostrar a Luis Arce como un héroe nacional, para muchos de nosotros representa un error histórico y una contribución significativa al deterioro de nuestras instituciones y economía. Reconstruir nuestra patria requerirá un esfuerzo inmenso por parte del pueblo boliviano. Después del teatro o la aventura “golpista”, los bolivianos debemos cuestionarnos: ¿Se resolvieron los problemas económicos? ¿Aparecieron los dólares? ¿Se garantizaron los combustibles? ¿Se estabilizaron los precios?
Desafortunadamente, nada de eso sucederá. Lo que presenciamos fue al presidente Arce y su gabinete creyendo que han engañado al pueblo y que han recuperado popularidad. Sin embargo, la economía sigue igual de mal, y la probabilidad de que empeore es muy alta.
En lugar de teatros o aventuras golpistas, es hora de transparentar la situación económica y convocar a una cumbre nacional por la economía. Estoy seguro de que el pueblo se movilizará masivamente para responder para repuntar la economía boliviana.
En el corazón de nuestra patria late un deseo insaciable de verdad y justicia, un anhelo de claridad que no puede ser apagado por la bruma de la política. Las montañas y valles de Bolivia, testigos silenciosos de tantas promesas incumplidas, esperan el día en que su gente, firme y decidida, reclame lo que es suyo por derecho: la dignidad de un futuro brillante. Es en la unión de sus voces, en la convergencia de sus esfuerzos, donde yace la esperanza de redención. Porque al final del día, un pueblo que se levanta en busca de su propia verdad es un pueblo que jamás podrá ser vencido.
César Dockweiler es coronel de la Fuerza Aérea y economista experto en Planeación Estratégica y Administración de Empresas.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.