Imagen del autor
T

odos los afrontamos, los vivimos de distintas formas y también los interpretamos de maneras diferentes. Afectan la salud física, mental y sobretodo la espiritual al convertirse en la antítesis de la fe y de la confianza; tanto ellas —la fe y la confianza— como ellos —los miedos— son estados poderosos y en los que están presentes algo sucede.

Son los mayores obstaculizadores para avanzar en el trayecto de la vida, además de los responsables de castrar los sueños de la mayoría de las personas sin importar la edad o etapa en la que se encuentran, existen niños, adultos y ancianos conviviendo con ellos.

Son los garantes de no ejercer cambios positivos porque simplemente destilan inseguridad y nos impregnan de ella haciéndonos creer que no tenemos la suficiente habilidad, capacidad o recursos para hacerlos.

Son emociones tan poderosas que hace que nos excluyamos de nuestros círculos sólo por temor a lo que nos digan si es que no encajamos en los patrones del sistema y estos existen en los colegios, universidades, fuentes laborales, familias y en cualquier otro lugar.

Además, se convierten en guardianes de los paradigmas; es decir, cuidan las barreras mentales que tenemos establecidas para tomar decisiones y sencillamente evitan que se muevan y a nosotros nos obligan a seguir haciendo o pensando las mismas cosas y con los mismos errores, nos fortalecen para resistirnos al cambio y nos evitan saborear nuevas experiencias.

Sin que nos demos cuenta, se constituyen en nuestros mayores enemigos, nos siembran temor a lo desconocido y nos quitan la ilusión y la emoción por conocer algo distinto como un trabajo, un país o un amigo. A veces dudo si es que nada nos emociona o todo nos asusta.

También se han especializado en demorar las decisiones que debemos tomar, procrastinamos con mucha facilidad y confundimos la demora, con la irresponsabilidad o tal vez con la desobediencia.

Los miedos no sólo son ladrones de sueños, también lo son de oportunidades. Nos hablan al oído y nos recuerdan nuestra situación actual como que no la conociéramos pero también como que no podríamos cambiarla, como que no tuviéramos otra opción y nada más lejos de la verdad pues si hablamos de la fe también debemos considerar a la esperanza como lugar de refugio y motor de aliento. Es humano tenerlos y no nos hace menos valientes el reconocerlos pero si no los conquistamos nos convertimos en cobardes y la cobardía generalmente necesita de la mentira para eludir la realidad.

Los miedos nos hacen temer a la crítica, a la pobreza, a la enfermedad, a la soledad, a la vejez, a las pérdidas de un trabajo o de un ser amado, a la falta de libertad que puede ser física, financiera, de pensamiento o expresión. Los hay de muchos tamaños, colores y diseños y todos cumplen la misma misión: esclavizarte. Nos convertimos en esclavos cuando dejamos que ellos nos aten. Nacimos sin miedos y ellos se fueron agregando en el trayecto de la vida; repito, nacimos libres pero nos convertimos en esclavos de ellos.

La buena noticia es que aunque ellos sean muchos, nosotros podemos ser fuertes primero porque existe algo liberador que es el amor, “en el amor, no hay temor; si no, que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Jn.4:18) esto quiere decir que no hay cabida para los dos, segundo porque si conocemos la Verdad (Jesús), ella nos hará libres y tercero porque alguien dijo que la vida es un viaje y mejor si lo hacemos ligeros sin dejar ningún espacio para cargar miedos.

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.