
ace unos días atrás y compartiendo con los amigos que formaron parte del grupo de voluntarios que alimentaron a centenas de personas por decenas de días durante los conflictos en el país, conocimos a una niña de 9 años quien se sentó a nuestro lado comiendo una salteña. Mi esposo noblemente se dirige a ella y le dice que al haber sido parte de ese movimiento todos hemos aprendido mucho, ¿no, muñeca?.. ella le respondió con un simple ¡sí! Y un contundente ¡Que nunca nos rendiremos!Mi esposo, mi hijo Amir y yo enmudecimos.
Ella formaba parte de un grupo de pequeños que recibieron una medalla en señal de reconocimiento por la tenacidad, disciplina, constancia y civismo que demostraron en esos días; valores traducidos en el apoyo incondicional que brindaron limitados únicamente por sus propias condiciones de niños.
Al escuchar su respuesta constaté que conforme la edad avanza, el regalo de decidir aumenta. De ahí para adelante todo en su camino será un reflejo de las decisiones que vaya tomando, pues la vida está llena de elecciones y las decisiones que tome moldearán poderosamente su existencia dándose cuenta poco a poco del enorme valor que tiene el acertar en ellas.
Mientras vaya creciendo notará que las decisiones son la mejor manera de cambiar la vida y estoy esperanzada de que se dé cuenta a tiempo que para cambiar el mundo debe empezar cambiando ella. Esos son los cambios perdurables e influyentes los de dentro para afuera y personales. Si esto fuera considerado por todos los adultos responsables, los pequeños aprenderían estos temas por medio de la teoría y no de la práctica (me refiero a lidiar con la mentira, la intimidación, la angustia o la incertidumbre)
Si se mantiene con esa firmeza que le respondió a mi esposo también aprenderá que tomar buenas decisiones beneficia a otros. Se tiene una mejor familia, un mejor barrio, una mejor comunidad y por consiguiente un mejor país. Pasito a pasito constatará que las leyes se establecen conforme a los comportamientos sociales; vale decir, si no existiera tanta violencia no existieran tantas leyes en contra de ella. Desde ya, a su corta edad pudo darse cuenta qué significaba que los militares hayan salido a las calles.
Estoy segura de que de aquí a poco pensará en las asignaturas del colegio pero no podrá olvidar lo que aprendió en la plazuela: hacer resistencia, ser solidaria, confiar en el poder de la oración, que la unión hace la fuerza, que la constancia es un valor invalorable, que la libertad es imprescindible, que todos somos iguales, que nos necesitamos entre todos y que el sólo intercambiar una sonrisa te hace amigo.
En ese espacio abierto entre avenida y avenida también aprendió mucho sobre la valentía, sin pensar dos veces se tuvo que dar cuenta que enfocarse en el temor era concentrarse en lo que se podía perder; pero si se enfocaba en la valentía no sacaba el ojo de la mira de lo que se perseguía obtener. Este sencillo cambio de percepción le ayudó a ser optimista y sin calcular aprendió que el optimismo es el fundamento de la valentía. Y esta a su vez tiene muchos beneficios, la valentía da energía, te regala confianza, te ilusiona con una victoria y además infunde valor a los demás.
Estoy segura de que ella no se dio cuenta de lo que su respuesta implicaba pero cuando crezca ya conscientemente decidirá ser valiente, enfrentar sus temores, enfocarse en lo que va a obtener y lo mejor de todo, tomará acción.
Lo que Sofía aprendió no fueron esas cuatro palabras, fue un contingente de experiencia de vida para la vida.
Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.
