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on las 06:45 del 14 de mayo de 2025. En el aeropuerto de El Alto, reporteros y camarógrafos se agolpan tras las vallas, expectantes. Aterriza el vuelo proveniente de Cochabamba. Desciende el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, hoy por hoy la figura con mayor proyección dentro de la izquierda boliviana, tras la inhabilitación de Evo Morales y la renuncia electoral de Luis Arce. Pero ese amanecer, el supuesto “heredero generacional” no da entrevistas, no saluda a los medios, no publica nada. Apenas levanta la mano, esboza una sonrisa y sube a una camioneta. Ni una declaración, ni un tuit, ni un TikTok. Nada.

A la misma hora, los noticieros matutinos informaban sobre la sentencia del Tribunal Constitucional que impedía a Morales postularse nuevamente. El histórico líder se retiraba definitivamente del tablero, dejando un vacío simbólico y político que aún nadie llenaba. Arce tampoco competiría. En ese escenario de incertidumbre, emergía una estrategia tan antigua como efectiva: el silencio calculado.

Rodríguez, de 36 años, campesino cocalero, politólogo y presidente de la Cámara Alta, sabe que el camino hacia la presidencia es un campo minado. Evo y Arce no muestran señales de ceder espacios, y las encuestas le dan ventaja a la derecha. Cuando una alianza de cooperativas mineras lo proclama candidato en Oruro, su respuesta es breve y enigmática: “Escuchemos primero al pueblo. Después hablaremos.” Esa frase —aparente muestra de humildad, pero en realidad una jugada táctica— le otorga semanas de margen mediático. Gana tiempo sin exponerse.

El silencio, como herramienta de poder, no es una invención contemporánea. Julio César relató en La guerra de las Galias cómo la contención de la información podía sembrar temor en el adversario. Shakespeare convirtió la pausa en arma persuasiva en los discursos de Marco Antonio. Maquiavelo aconsejaba al príncipe no revelar todas sus cartas. En la era hiperdigital, donde todo se grita, el mutismo desconcierta, descoloca, intriga. Y ahí radica su fuerza.

En comunicación política, los académicos Brummett y Donovan sostienen que callar no es desaparecer, sino trasladar la conversación al terreno de la conjetura. “Especular agota más que desmentir”, escriben. La investigadora estadounidense Whitney Phillips añade: “El silencio permite que otros construyan un relato sobre ti, pero siempre bajo tu sombra.”

En tiempos de TikTok, donde hasta el silencio resulta llamativo, el equipo digital de Rodríguez publica clips de apenas tres segundos: rostro serio, fondo negro, y una frase que aparece sin sonido: “Hablarán los hechos.” Suficiente para viralizarse. El truco está en el algoritmo: premia el contenido que genera comentarios intensos, sea de apoyo o burla.

Paralelamente, el community manager impulsa una red de microinfluencers rurales: dirigentes cocaleros que graban testimonios con sus celulares. Relatan la infancia de Rodríguez, su paso por la universidad, la vez que durmió en un camión para asistir al Senado. No se publican en la cuenta oficial, sino en páginas sindicales, lo que disuelve la frontera entre espontaneidad y estrategia.

Lejos del radar urbano, la campaña se mueve hace tiempo. Cada fin de semana, el candidato asiste a reuniones cerradas con mineros en Oruro, obreros en Potosí, juntas vecinales en El Alto. Sin prensa, sin escándalos. Solo un fotógrafo que sube las imágenes a un servidor encriptado. De allí, se difunden vía WhatsApp y Telegram a líderes barriales.

El método recuerda al de Pedro Castillo en los Andes peruanos. “Ganas confianza en círculos que ya te creen”, decía su estratega Lenín Checco en 2021. La analogía no es casual: la dirigencia cocalera contrató a asesores limeños vinculados al caso Castillo para replicar la “gira del sombrero”, adaptada ahora al charango y la wiphala. También se observan paralelismos con Bukele en El Salvador y Lenín Moreno en Ecuador.

La estrategia del silencio no se limita al mutismo: se articula con una narrativa visual cuidada, una imagen joven, un discurso que promueve la inclusión femenina y una marca política eficaz: “Bicentenario.” Sin decirlo, la campaña de Rodríguez proyecta pluralidad, reduce su exposición personal y dispersa la narrativa. Desde el gobierno, la maquinaria estatal ya se ha puesto en marcha, y lo hace con abundantes recursos.

Mientras tanto, la oposición llena las redes con slogans ruidosos: #100Días, #CambioRadical, #GestiónProbada. Y aunque parece que Rodríguez no existe en el debate, su métrica de favorabilidad neta (likes menos dislikes) lo mantiene en positivo (+30%), frente a indicadores negativos de otros candidatos como Tuto Quiroga (-12%). En los focus groups empieza a resonar una etiqueta para su táctica: curiosidad utilitaria. La frase que se repite es elocuente: “Quiero escuchar a ese joven.”

A menos de 40 días de las elecciones, Bolivia se mueve entre dos extremos: el estruendo de las promesas gritadas y el sigilo de un aspirante que apuesta por el misterio. El silencio estratégico se convierte, así, en una forma de economía política: minimiza los errores, maximiza las expectativas.

Si Andrónico Rodríguez rompe el silencio en el momento exacto, demostrará que, en tiempos de saturación informativa, menos es más. Pero si falla en el cálculo, su estrategia podría transformarse en un caso de estudio sobre cómo el silencio, también, puede devorar a su creador.

Jorge Kafka es politólogo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.