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ibros abiertos, café caliente y tiempo frío… pensando en algunos problemas míos y otros de otros. Todos los tenemos, muchos dicen que de sobra y algunos dicen que no faltan. Son los encargados de recordarnos de vez en cuando lo vulnerables que somos, cuan frágiles, débiles e inseguros. En sólo dos semanas asistí a tres velorios (58, 32 y 70 años respectivamente y ninguno enfermo, muertes inesperadas).

La capacidad de hablar de la vulnerabilidad contrariamente a lo que parece, es la manifestación verbal de las fortalezas; no cualquiera, no todos o mejor dicho muy pocos lo hacen. Muchos optan por aparentar seguridad, confianza y autosuficiencia, eso los hace ver más fuertes y rudos con y ante la vida; rudeza que se quiebra cuando el divorcio, la destrucción, la muerte o la enfermedad tocan la puerta e ingresan sin que se les abra.

El divorcio conlleva tintes de fracaso, la destrucción de turriles de pérdida, la muerte mares de preguntas y la enfermedad nos hace sentir extraños en nuestros propios cuerpos. En esas situaciones nos percatamos que necesitamos la ayuda del otro, sentimos temor ante el propio destino y buscamos fugarnos por algún horizonte obedeciendo a nuestro instinto curativo.

Nos cuesta reconocer que es propio del ser humano ser vulnerable y que serlo no es malo; al contrario, es algo bueno porque no sólo nos desnuda de nuestra soberbia, también nos confronta con nuestros valores. Por un lado sentimos “miedo, vergüenza y luchamos por la dignidad y al mismo tiempo aprendemos lo que es la dicha, la creatividad, el agradecimiento, la pertenencia y el amor” (Brown).

La vulnerabilidad es lo que hace crecer al ser humano; es lo que nos mantiene con el cable a tierra recordándonos que solos no podemos. El dinero, el poder, los títulos o las posesiones se desvanecen cuando el pobre y el rico comparten la misma balsa en el naufragio y ambos extienden la mano pidiendo que otra la jale y ninguno siente vergüenza porque en esos momentos necesitar y reconocer la ayuda se sabe que es propio de la raza humana.

La vulnerabilidad nos hace poner de rodillas y buscar el cobijo de Dios y eso también es netamente humano; como también es humano querer evitar el sufrimiento o el dolor sin darnos cuenta que a veces ellos son los canales de fortalecimiento y de crecimiento. Pablo, fiel seguidor de Jesucristo, pidió ser librado tres veces de un “aguijón” que tenía clavado en la carne y obtuvo por respuesta divina “bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor.12:9); en otras palabras lo que Dios le estaba diciendo era: no te enfoques en tus debilidades, concéntrate en mi poder. Respuesta válida y aún vigente.

Y en esa línea vemos al mismo Jesús en su condición de hombre Libros abiertos, café caliente y tiempo frío…pensando en algunos problemas míos y otros de otros. Todos los tenemos, muchos dicen que de sobra y algunos dicen que no faltan. Son los encargados de recordarnos de vez en cuando lo vulnerables que somos, cuan frágiles, débiles e inseguros. En sólo dos semanas asistí a tres velorios (58, 32 y 70 años respectivamente y ninguno enfermo, muertes inesperadas).

La capacidad de hablar de la vulnerabilidad contrariamente a lo que parece, es la manifestación verbal de las fortalezas; no cualquiera, no todos o mejor dicho muy pocos lo hacen. Muchos optan por aparentar seguridad, confianza y autosuficiencia, eso los hace ver más fuertes y rudos con y ante la vida; rudeza que se quiebra cuando el divorcio, la destrucción, la muerte o la enfermedad tocan la puerta e ingresan sin que se les abra.

El divorcio conlleva tintes de fracaso, la destrucción de turriles de pérdida, la muerte mares de preguntas y la enfermedad nos hace sentir extraños en nuestros propios cuerpos. En esas situaciones nos percatamos que necesitamos la ayuda del otro, sentimos temor ante el propio destino y buscamos fugarnos por algún horizonte obedeciendo a nuestro instinto curativo. Nos cuesta reconocer que es propio del ser humano ser vulnerable y que serlo no es malo; al contrario, es algo bueno porque no sólo nos desnuda de nuestra soberbia, también nos confronta con nuestros valores. Por un lado sentimos “miedo, vergüenza y luchamos por la dignidad y al mismo tiempo aprendemos lo que es la dicha, la creatividad, el agradecimiento, la pertenencia y el amor” (Brown).

La vulnerabilidad es lo que hace crecer al ser humano; es lo que nos mantiene con el cable a tierra recordándonos que solos no podemos. El dinero, el poder, los títulos o las posesiones se desvanecen cuando el pobre y el rico comparten la misma balsa en el naufragio y ambos extienden la mano pidiendo que otra la jale y ninguno siente vergüenza porque en esos momentos necesitar y reconocer la ayuda se sabe que es propio de la raza humana. La vulnerabilidad nos hace poner de rodillas y buscar el cobijo de Dios y eso también es netamente humano; como también es humano querer evitar el sufrimiento o el dolor sin darnos cuenta que a veces ellos son los canales de fortalecimiento y de crecimiento. Pablo, fiel seguidor de Jesucristo, pidió ser librado tres veces de un “aguijón” que tenía clavado en la carne y obtuvo por respuesta divina “bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor.12:9); en otras palabras lo que Dios le estaba diciendo era: no te enfoques en tus debilidades, concéntrate en mi poder. Respuesta válida y aún vigente.

Y en esa línea vemos al mismo Jesús en su condición de hombre ―ser humano― absolutamente vulnerable y con su rostro postrado en la tierra diciendo “Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa…” (Mt. 26:39); impresionante historia de vulnerabilidad que logró hacer frente a miles de historias de hombres que quisieron mostrar invulnerabilidad disfrazada de soberbia.

A ellos, como a algunos de nosotros, nos cuesta entender que lo que nos hace fuertes es la humildad de reconocer que somos débiles. Esas debilidades son las oportunidades de mejora, de crecimiento y de aprendizaje; son justamente las áreas donde podemos y debemos expandirnos, son esos puntos ciegos que no nos dejan tener la visibilidad completa y necesitamos al que está al lado para que nos alerte y nos recuerde que la capacidad de hablar de la vulnerabilidad contrariamente a lo que parece, es la manifestación verbal de las fortalezas. ser humano – absolutamente vulnerable y con su rostro postrado en la tierra diciendo: “Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa…” (Mt. 26:39); impresionante historia de vulnerabilidad que logró hacer frente a miles de historias de hombres que quisieron mostrar invulnerabilidad disfrazada de soberbia.

A ellos, como a algunos de nosotros, nos cuesta entender que lo que nos hace fuertes es la humildad de reconocer que somos débiles. Esas debilidades son las oportunidades de mejora, de crecimiento y de aprendizaje; son justamente las áreas donde podemos y debemos expandirnos, son esos puntos ciegos que no nos dejan tener la visibilidad completa y necesitamos al que está al lado para que nos alerte y nos recuerde que la capacidad de hablar de la vulnerabilidad contrariamente a lo que parece, es la manifestación verbal de las fortalezas.

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.