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E

l emprendimiento, a menudo celebrado como un motor de crecimiento económico y movilidad social, presenta en Bolivia una realidad compleja y ambivalente. Lejos de ser un fenómeno impulsado exclusivamente por la identificación de oportunidades de mercado, el auge de nuevos negocios en el país andino se revela, cada vez más, como un mecanismo de ajuste ante la precariedad laboral y las limitaciones estructurales de su economía.

Un análisis de las cifras del Global Entrepreneurship Monitor (GEM) de 2014 revelaba que un notable 76,7% de los emprendimientos bolivianos respondían a oportunidades detectadas. Sin embargo, estudios más recientes sugieren una inflexión significativa, exacerbada por la pandemia de Covid-19. Actualmente, un considerable 68% de los nuevos negocios surge como respuesta directa a la pérdida de empleo formal, concentrándose en sectores de baja productividad como el comercio minorista y los servicios básicos. Este cambio de paradigma plantea interrogantes fundamentales sobre la calidad y sostenibilidad del tejido empresarial emergente.

La radiografía del emprendedor boliviano promedio dista del perfil idealizado del innovador disruptivo. Predominan individuos de entre 25 y 34 años, con educación secundaria incompleta en casi la mitad de los casos. El capital inicial, inferior a 500 dólares en el 72% de las iniciativas, y la orientación casi exclusiva hacia mercados locales (93% opera en su municipio) reflejan una realidad de recursos limitados y aspiraciones modestas.

El ciclo de vida de estos emprendimientos es, asimismo, preocupante. La tasa de discontinuación empresarial anual alcanza un elevado 18,4%, superando el promedio latinoamericano. Un escaso 4,1% de los negocios logra consolidarse después de tres años y medio, evidenciando problemas estructurales en la escalabilidad y la gestión. La curva de supervivencia, que cae abruptamente desde un 81,6% en el primer año hasta el mencionado 4,1% a los 3,5 años, ilustra la fragilidad de este ecosistema.

Las barreras de un ecosistema asfixiante

El ecosistema emprendedor boliviano se enfrenta a obstáculos significativos que limitan su potencial. La formalización empresarial, un proceso que en Bolivia requiere 15 trámites, con una duración de dos a tres meses, contrasta dramáticamente con la eficiencia de países como Nueva Zelanda, donde se requiere un solo trámite y medio día. Esta pesada carga burocrática, que sitúa al país en el puesto 174 de 190 en el ranking de facilidad para hacer negocios del Banco Mundial, afecta desproporcionadamente a microempresarios, emprendedores tecnológicos y cooperativas rurales.

La brecha en capital humano y formación es otro factor crítico. Un alarmante 71,2% de los emprendedores no ha recibido capacitación empresarial, lo que se traduce en deficiencias en gestión financiera (solo el 12% utiliza herramientas contables básicas), marketing digital (el 68% de las PYMES carece de presencia online) e innovación tecnológica (menos del 5% invierte en Investigación & Desarrollo). La concentración de la oferta formativa en universidades privadas agrava la exclusión territorial y socioeconómica, en un contexto donde el 83% de los emprendedores opera en la informalidad.

El acceso a financiamiento presenta asimetrías notables, con tasas de interés para microcréditos que promedian el 18% anual, requisitos de garantía que alcanzan el 150% del monto solicitado y una concentración geográfica que beneficia principalmente a los departamentos de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba. Las políticas públicas de apoyo, limitadas a exenciones fiscales parciales, carecen de mecanismos de seguimiento y asistencia técnica, y el presupuesto nacional destinado al fomento productivo de las PYMES es significativamente inferior al de países vecinos.

Desempleo y emprendimiento: una relación compleja

La interacción entre desempleo y emprendimiento en Bolivia se puede modelar como una ecuación donde el emprendimiento (E) es función del desempleo (U), la informalidad (I) y las condiciones económicas (C). La elasticidad-empleo del emprendimiento, de -1,32, indica que por cada punto porcentual de aumento en el desempleo, el emprendimiento crece un 1,32%, principalmente en sectores de baja productividad. Este modelo de "sustitución laboral" genera un ciclo de retroalimentación pernicioso.

El crecimiento desordenado del emprendimiento por necesidad provoca la saturación de mercados informales, la depresión de precios y márgenes de utilidad, y un desincentivo a la innovación. Paradójicamente, este círculo vicioso aumenta la vulnerabilidad económica, con un 68% de los emprendedores ganando menos del salario mínimo nacional, perpetuando así las condiciones de subsistencia.

Hacia un futuro sostenible: reforma, formación y financiación

La experiencia boliviana demuestra que el emprendimiento, por sí solo, no es una panacea contra el desempleo. Se requieren intervenciones multisectoriales para transformar la cantidad en calidad. Tres ejes estratégicos se perfilan como prioritarios. Primero, una reforma institucional profunda que simplifique radicalmente los trámites de registro empresarial, cree ventanillas únicas departamentales y establezca un marco legal adecuado para los emprendimientos digitales. Segundo, la implementación de un sistema nacional de competencias emprendedoras que certifique habilidades técnicas y gerenciales, articulando centros de formación, universidades y gremios empresariales. Y, finalmente, el desarrollo de mecanismos de financiamiento innovadores, como fondos de capital semilla con garantías estatales, bonos fiscales para la inversión en innovación y sistemas de crowdfunding regulados.

La reconversión del ecosistema emprendedor hacia la economía del conocimiento (Fintech, biotecnología, energías renovables) presenta un potencial considerable, con la posibilidad de generar cientos de miles de nuevos empleos formales en la próxima década. Sin embargo, este potencial solo se materializará si se implementan políticas coherentes y adaptadas a las realidades territoriales y sectoriales. El desafío fundamental radica en transformar el ingenio de supervivencia, característico del emprendedor boliviano, en una capacidad innovadora sostenible, rompiendo el círculo vicioso de pobreza, informalidad y baja productividad que, hasta ahora, ha definido el panorama empresarial del país.

Marcelo Camacho Herrera es experto en startups y emprendimiento.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.