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l 21 de abril de 2025 ha marcado al mundo con la noticia del fallecimiento del papa Francisco, a los 88 años. El primer pontífice latinoamericano de la historia, el argentino que deja una huella imborrable no sólo en la Iglesia católica, sino en la conciencia global. Su partida ha provocado una ola de homenajes espontáneos de líderes religiosos, políticos y sociales de todo el mundo, un testimonio vivo del alcance universal de su figura.

En tiempos de profundas divisiones ideológicas, religiosas y sociales, Francisco fue un incansable constructor de puentes en un mundo fragmentado y lleno de conflicto. Dialogó con judíos, musulmanes, budistas, ateos y colectivos tradicionalmente alejados de la fe católica, apostando siempre por la misericordia y el encuentro, sin renunciar a la verdad del Evangelio en el que creía.

Aunque su estilo pastoral generó muchos debates y tensiones dentro de sectores más tradicionales del catolicismo, es innegable que su liderazgo ha marcado profundamente el catolicismo del siglo XXI. En su muerte, como en su vida, Francisco confirma que el verdadero poder de la Iglesia no radica en el esplendor, sino en la humildad que sabe abrirse al otro.

Un papa diferente, desde su primer gesto tras su elección en 2013 donde pidió la bendición del pueblo antes de dar la suya, Francisco ha insistido en en el diálogo como camino, ha resonado tanto en “Evangelii Gaudium” como en sus múltiples viajes, visitas, reuniones y documentos pontificios: "El diálogo es una condición indispensable para la paz en el mundo."

La cercanía del papa Francisco con el pueblo judío no fue solo institucional, fue personal y espiritual. En Buenos Aires, se conoce que mantuvo una profunda amistad con el rabino Abraham Skorka, esto se tradujo luego en gestos históricos como su oración en el Muro de los Lamentos y su condena explícita al antisemitismo como "un pecado contra Dios". En palabras suyas: "La Iglesia reconoce la raíz judía de su fe; despreciar al judío es despreciar a Jesús mismo." Una visión que ha revitalizado el diálogo judeo-cristiano en niveles no vistos en generaciones.

Francisco también fue un pionero en la relación con el islam. Por ejemplo en 2019, firmó en Abu Dabi el “Documento sobre la Fraternidad Humana” junto al Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, promoviendo la convivencia pacífica y la defensa de los derechos humanos. Posteriormente, cuando viajó a Irak en 2021, en plena tensión, fue quien consolidó este camino de diálogo con el encuentro con el Gran Ayatolá Ali al-Sistani. Francisco señaló que "el verdadero islam y la fe cristiana nos llaman a respetar la vida humana."

Otra acercamiento interesante fue con el Budismo, Francisco en sus encuentros con delegaciones de monjes budistas, resaltó los valores compartidos, como la compasión, la búsqueda de la paz interior y el cuidado de la naturaleza. Tanto en el Vaticano como en sus viajes a Asia, Francisco mostró que la fe cristiana puede dialogar profundamente con filosofías no teístas, respetando profundamente sus diferencias pero sin renunciar a la identidad cristiana.

Por otro lado también se consolidó una apertura audaz, Francisco desafió prejuicios tradicionales respecto a los ateos y agnósticos, recordando que la dignidad humana no depende de la pertenencia religiosa. Y decía lo siguiente: "Dios no rechaza a quienes, aun sin creer, obran el bien según su conciencia."

Un enfoque que no relativiza la necesidad de la fe, pero sí reconoce las semillas de verdad y bondad en todo corazón humano. Esto generó respeto en círculos intelectuales seculares y ha propiciado un nuevo tipo de diálogo cultural en el principio de este milenio.

También ha sido el papa que introdujo una notable dimensión de acogida hacia las personas LGBT, aunque siempre mantuvo intacta la doctrina católica sobre el matrimonio y la moral sexual, les dio la bienvenida con su célebre expresión "¿Quién soy yo para juzgar?" marcando un antes y un después en la forma de abordar esta cuestión públicamente. Esto también generó más recientemente la apertura a bendiciones pastorales para parejas del mismo sexo, claro, bajo criterios específicos y sin equipararlo al matrimonio sacramental, pero como un esfuerzo de inclusión sin renunciar a la verdad revelada. Esta actitud en particular, aunque debatida dentro de la Iglesia, ha mostrado la tensión entre verdad y misericordia que Francisco procuraba articular.

Sorprendiendo incluso en su muerte, a diferencia de lo acostumbrado para los papas, Francisco pidió un funeral sencillo, similar al de un obispo emérito, sin los fastos tradicionales, se atrevió a cambiar el protocolo de su propio funeral.

Su fallecimiento ha sido testigo del alcance universal de su pontificado. Ha reunido líderes políticos, religiosos y sociales de todo el mundo, muchos de ellos no católicos, acudieron a rendirle homenaje en su funeral y también cambiando el protocolo de asientos, haciendo que no se sienten de acuerdo a rango sino en orden alfabético. Desde presidentes de diversas naciones hasta autoridades musulmanas, judías y budistas, el funeral de Francisco se convirtió en un símbolo de unidad global.

Este fenómeno confirma que, mucho más allá de las diferencias doctrinales, Francisco tocó una fibra común en la humanidad, el anhelo de paz, justicia y fraternidad.

Un papa para el siglo XXI, Francisco se convirtió en una figura polarizadora, amada por muchos, cuestionada por otros, pero indiferente para casi nadie. Con su estilo pastoral particular de cercanía, su apuesta por el diálogo y su humildad, ha dejado una herencia que redefine el liderazgo espiritual de ahora en adelante.

Su vida y su muerte nos enseñan que el Evangelio sigue teniendo poder transformador cuando se anuncia no desde los palacios y las élites, sino desde el servicio, el amor y la misericordia que no abandona la verdad.

Claudia Prado Aguirre es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.