
o hay dólares... No hay combustible... No hay medicamentos... No hay transporte... Todo ha subido de precio... Bolivia se enfrenta esta vez a una tormenta económica, política y social que no deja ningún rincón sin tocar. Sin embargo, hay algo que se puede observar que no se detiene, algo que sigue iluminando los días más grises: el folklore. Nuestra cultura, lejos de ser una distracción, se ha convertido en la llama constante, aún cuando todo parece oscurecerse.
Desde el 2024 y lo que va del 2025 hay una crisis bastante visible. El país atraviesa una severa escasez de divisas, principalmente dólares, lo que ha paralizado sectores clave. La industria farmacéutica, por ejemplo, está semana se ha declarado en emergencia: más del 90% de los insumos se importan y ante la falta de dólares, ya no hay cómo pagarlos. Las empresas alertan que, si la situación no mejora, podríamos enfrentar una emergencia sanitaria muy pronto.
En paralelo, la sede de gobierno se ha quedado sin transporte por el tema de subida de pasajes. Todo se ha vuelto una odisea. El Gobierno se enreda en culpas cruzadas, mientras la gente siente que ya no alcanza, que ya no llega. Ya no es solo un conflicto político, está dejando efectos reales en la vida cotidiana de millones.
Y en medio de todo esto, Bolivia baila. Cuando todo parece venirse abajo, emerge nuestra fuerza más antigua y luminosa en nuestro país, la cultura. La danza. La música. El folklore no se apaga, no se rinde. Y no porque ignore la realidad, sino porque la enfrenta con identidad.
Puede parecer una contradicción, pero es una de nuestras contradicciones más maravillosas. Mientras el combustible escasea, los integrantes de fraternidades ya sea en el Carnaval de Oruro, Gran Poder u otra entrada, encuentran cómo llegar a ensayar. Mientras no hay dólares para importar materias primas, lo que sí hay es creatividad para bordar, diseñar y reinventar los trajes típicos. Mientras las tiendas reducen productos incluso de la canasta familiar, los artesanos reinventan con lo que tienen, creando obras que siguen deslumbrando a propios y extraños.
No, no es que el folklore nos distraiga de la crisis o que nos aleje de la realidad. Es simplemente que nos da una razón para seguir adelante. Es una herramienta de resistencia y de valor. Una expresión viva de lo que somos, algo que no estamos dispuestos a negociar.
Y, lo más importante e impresionante es que puede convertirse en una salida posible.
El turismo cultural podría ser una de nuestras respuestas más poderosas ante esta crisis. Basta con mirar lo que genera el Carnaval de Oruro en una sola semana, un fenómeno que vimos este año como en ningún otro, hoteles llenos, restaurantes activos, transporte, ventas, movimiento, una ciudad llena de turistas, tanto que habían momentos en los que no se podía ni caminar.
El turismo cultural es una mina de oro que todavía no se ha explotado como merece. Aún no existe una política integral que tome el turismo y la cultura como motores de desarrollo. Tenemos algo que muchos países envidiarían y ya envidian: una riqueza viva, ancestral, llena de símbolos, rituales, y una comunidad que lo siente en el alma. ¿Por qué no convertir esa pasión en motor económico? ¿Por qué no apostar por el arte, el diseño, la producción cultural, el emprendimiento creativo, como salidas reales a esta crisis?
El folklore no es anestesia, es potencia. No es maquillaje, es raíz. Y tal vez, si de una vez por todas lo entendemos así, podamos construir un país que no solo celebre su identidad, sino que también pueda convertirla en sustento, en trabajo, en futuro.
Países como México o Perú lo han entendido. Invierten mucho presupuesto en rutas culturales, en experiencias vivas, en conectar la cultura con la economía, especialmente Perú, que lo ha entendido con danzas bolivianas, porque son tan atractivas que estamos bolivianizando el país vecino, lastimosamente a veces sin crédito de autor. Bolivia sin duda podría liderar en Sudamérica en este tema. Tenemos lo que muchos no tienen: patrimonio vivo, pasión auténtica, diversidad impresionante, un sello inigualable. Lo que falta es gestión, visión y voluntad política.
Sí, el país duele. Pero también late al ritmo del bombo. La danza no reemplaza al pan, pero sí puede dar trabajo. El folklore no sustituye el diésel, pero puede mover una economía si se organiza bien. Y mientras seguimos esperando soluciones, que posiblemente no lleguen desde arriba, el pueblo ya encontró su forma de seguir adelante creando, bailando y mostrando al mundo lo que somos.
Hoy más que nunca, Bolivia necesita abrazar su cultura no solo con orgullo, sino con bastante estrategia. Porque si vamos a resistir bailando, que sea para avanzar juntos también. Que las lentejuelas no tapen la pobreza, pero que sí sean capaces de marcar el camino hacia la dignidad.
Porque un país que aún baila, no está perdido... Está vivo, vivísimo. Y tiene todo para levantarse ¿Cuándo? ¡Ahora!
Claudia Prado Aguirre es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.