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olivia atraviesa un momento de profunda significación histórica. Más allá del cambio de gobierno, lo que estamos viviendo es un renacer simbólico, un reencuentro con aquello que nos define como nación. Por primera vez en muchos años, miles de bolivianos sintieron una emoción sincera al ver la bandera tricolor ondeando nuevamente en lo alto y el escudo nacional recuperando el lugar de honor que le corresponde. No se trató de un acto protocolar, sino de un gesto que evocó memoria, dignidad y esperanza.

Durante las dos últimas décadas, los símbolos patrios fueron relegados por un relato ideológico que, en nombre de la inclusión, terminó fragmentando al país. Se construyó una narrativa de poder que clasificó a los bolivianos entre “nosotros” y “ellos”, instalando la desconfianza como regla y el miedo como régimen. Quien pensaba distinto fue señalado, marginado o perseguido. Tan osada fue aquella lógica que se llegó a secuestrar a un gobernador electo, se negó el debido proceso a una expresidenta constitucional y se armaron ficciones en complicidad con algunos militares, no para defender la justicia, sino para estabilizar lealtades políticas internas.

La impunidad también se convirtió en instrumento. Hubo quienes, pese a haber dañado gravemente la economía nacional y haber jugado con la inocencia de los más humildes —incluso con menores de edad—, fueron protegidos por el poder. Esa Bolivia del abuso, la corrupción y la manipulación institucional debe quedar definitivamente atrás. Debemos aprender de esos veinte años, no para alimentar el resentimiento, sino para no repetir los mismos errores. Porque la historia enseña que la corrupción y el abuso de poder no tienen ideología; son tentaciones humanas que pueden corromper incluso a quien se presenta como humilde.

La historia, con su sentido de justicia, ha empezado a equilibrar la balanza. El retorno de los símbolos patrios no es un simple cambio decorativo, sino la manifestación de una voluntad colectiva de reconciliación. No fue en agosto, cuando debimos celebrar el Bicentenario, sino en noviembre, durante la asunción del nuevo gobierno, que esa reivindicación simbólica se materializó. La historia esperó el momento preciso para recordarnos que el país también puede renacer de sus heridas.

Este gesto, sencillo pero profundo, es el verdadero regalo del Bicentenario. No es una fiesta ruidosa, sino un acto de madurez cívica. Es el reflejo de un país que quiere sanar y mirar hacia adelante sin olvidar las lecciones del pasado.

En este tiempo de reencuentro, vale la pena detenerse a mirar los mensajes que siempre estuvieron ante nosotros, grabados en nuestros propios símbolos. En la moneda boliviana, por ejemplo, leemos una frase que hoy adquiere un sentido renovado: “La unión es la fuerza.” Ese lema, tan cotidiano como profundo, resume la clave del futuro nacional. Nos recuerda que la fortaleza de Bolivia no radica en los liderazgos ni en los proyectos personales, sino en la capacidad del pueblo de mantenerse unido, incluso en la adversidad.

Cuidar este momento no significa apoyar incondicionalmente a un gobierno o a un presidente; significa confiar en el pueblo boliviano, en su madurez democrática y en su capacidad de superar el pasado. Se trata de creer, de recuperar la confianza en nuestra gente, de comprender que solo unidos podremos salir adelante.

El nuevo tiempo que se abre exige serenidad, responsabilidad y humildad. No podemos permitir que los extremos ideológicos ni las heridas del pasado nos roben nuevamente la posibilidad de construir un país equilibrado, justo y esperanzado. Las diferencias son parte de la democracia, pero la división no puede volver a ser su precio.

Que este noviembre quede en la memoria como el mes en que Bolivia volvió a reconocerse en su historia, en sus símbolos y en su identidad. Que el Bicentenario marque el inicio de una etapa distinta, donde el poder sea servicio y la política vuelva a tener sentido ético.

Porque al final, la enseñanza más clara que nos deja este tiempo es la que siempre llevamos en nuestras manos y muchas veces olvidamos leer: “La unión es la fuerza.” Ese es, y seguirá siendo, el camino para que Bolivia recupere su destino.

Rodrigo Salinas Luna Orozco es profesional en Ciencia Política y Gestión Pública.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.