
as elecciones de agosto de 2025 marcaron un punto de inflexión, la desaparición de partidos históricos como la UCS y la ADN no solo simboliza la extinción de siglas, sino también el cierre de un ciclo político que se resistía a desaparecer. Durante años sobrevivieron mediante mutaciones, negociaciones y pactos de ocasión; sin embargo, el desgaste resultó irreversible y hoy el escenario queda vacío. Ese vacío se refleja también en la caída de figuras que protagonizaron la política boliviana durante las últimas tres décadas. Manfred Reyes Villa, Johnny Fernández, Samuel Doria Medina, Carlos Mesa y Evo Morales ya no tienen posibilidades de disputar un rol central. No los aparta únicamente la edad, sino su manera de entender la política: recetas descontextualizadas, discursos arrogantes y visiones trasnochadas. La política de barricada, vertical y simbólica ya no responde a las dinámicas de una ciudadanía hiperconectada y crítica.
El mundo político contemporáneo se rige por reglas distintas. La tecnología, las redes sociales y el contacto genuino con la ciudadanía constituyen el núcleo del nuevo marketing político. Lo “viral” no se logra con una campaña producida, se construye mediante empatía, al hablar el mismo lenguaje de quien consume información, trabaja o se entretiene a través de su celular. La viralidad, combinada con contacto directo con los problemas cotidianos, genera empatía que se consolida y se vende sola. El desafío consiste en integrar campaña territorial, presencia digital y comunicación tradicional, mostrando autenticidad. Apostar únicamente por un formato es un error; fingir un personaje que uno no se es puede convertirse en una falta irreversible.
Es fundamental subrayar que ser joven no equivale a ser renovador. Lo que debe ser joven son las ideas. La edad biológica no determina la vigencia política: existen líderes mayores capaces de aportar innovación y frescura, mientras que algunos jóvenes replican viejos patrones. La renovación más valiosa surge de la combinación entre experiencia, ideas innovadoras y capacidad de adaptación.
Entre los nuevos actores con proyección se destacan Jaime Dunn, con potencial para renovar desde el campo económico; Edmand Lara, que puede consolidarse si su discurso gana coherencia y reduce estridencia; JP Velasco, que conecta con jóvenes emprendedores mediante propuestas modernas y cercanas; José Luis Lupo, quien transmite seguridad, pero requiere estrategias de comunicación más aterrizadas; y Eva Copa, con un interesante perfil que resalta por su temple en un escenario copado por figuras masculinas.
En el oficialismo, Eduardo del Castillo mostró indicios de renovación aunque limitado por la pesada carga política que arrastra y por la falta de estrategia. Andrónico Rodríguez, con dudas iniciales, ya dio un paso hacia adelante. En el ámbito local cruceño, Juan Carlos Medrano y Mamen Saavedra marcaron tendencia en el rol fiscalizador de los concejales, logrando impactos replicables. Paralelamente, Rómer Saucedo, aunque no participó como candidato, se consolida como un actor relevante en sus intentos de devolver independencia a la justicia mediante la revisión de procesos de presos políticos, acentuándose como figura influyente para los próximos años.
Ahora bien, Rodrigo Paz y Tuto Quiroga protagonizan la segunda vuelta, enfrentando un país en crisis donde las buenas intenciones no bastan. El ganador deberá demostrar capacidad real de gobernar, mientras que el perdedor tendrá que decidir entre desaparecer o respaldar a nuevas generaciones. Sus liderazgos resultan frágiles porque dependen más del rechazo al adversario que de un proyecto sólido y sostenible.
Un factor inevitable es la guerra sucia. Aunque sigue siendo un instrumento de campaña, su eficacia disminuye ante una ciudadanía crítica y que corrobora. Los votantes diferencian lo verdadero de lo inventado, y en un mundo hiperconectado, cualquier error o contradicción queda registrado y se viraliza. Exponer una falla no es guerra sucia, es evidenciar la realidad. Por ello, los candidatos deberán cuidar tanto lo que dicen como lo que hacen, porque hoy todo queda grabado.
Finalmente, la ciudadanía hiperconectada exigirá más que símbolos o promesas, requiere preparación técnica, solvencia profesional y propuestas sustentadas en datos y viabilidad. El carisma será insuficiente sin un equipo capaz de transformar discursos en políticas concretas. Bolivia atraviesa un proceso de renovación inevitable. Los viejos liderazgos han cumplido su ciclo y los nuevos actores deberán demostrar que su vigencia no se limita a la viralidad.
La verdadera renovación no radica en la juventud de los rostros, sino en la frescura de las ideas y la coherencia de las propuestas. El futuro político del país dependerá de quién logre combinar innovación con experiencia, técnica con empatía y visión con estrategia. Ese será el liderazgo que definirá la próxima década.
Rodrigo Salinas Luna Orozco es profesional en Ciencia Política y Gestión Pública.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.