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E

l proceso electoral boliviano ha confirmado, una vez más, la naturaleza impredecible de la política boliviana. Las encuestas previas concentraron la atención en los candidatos con mayores porcentajes de intención de voto —todos por debajo del 25%— y relegaron la importancia del voto blanco, nulo e indeciso. Se asumía que estos sufragios terminarían repartiéndose entre los actores que encabezaban las encuestas o el ala Masista, pero la realidad mostró que este electorado responde a lógicas más complejas. En un escenario de alta fragmentación, su decisión final puede modificar de manera decisiva el rumbo electoral.

La victoria de Rodrigo Paz ilustra este fenómeno. Los votantes indecisos no necesariamente se inclinaron por propuestas programáticas o estrategias de campaña elaboradas. Más bien, se movilizaron desde la emoción, el desencanto y la necesidad de expresar un rechazo hacia los políticos tradicionales. Este voto no buscó anularse ni permanecer en blanco; optó por una alternativa percibida como renovación política, menos polarizada y aparentemente cercana a la ciudadanía.

Mientras los candidatos tradicionales concentraban esfuerzos en atacarse entre sí y el oficialismo enfrentaba tensiones internas, una parte importante del electorado buscó una opción fresca y menos confrontacional. La irrupción de Rodrigo Paz no parece explicarse por un despliegue masivo en debates ni por una maquinaria política consolidada, sino por una combinación de factores: el aprovechamiento de espacios limitados, la construcción de un equipo con cierta proyección, y la visibilidad digital acumulada por su fórmula vicepresidencial, particularmente en redes sociales. Todo esto permitió capitalizar un voto que estaba disponible, pero no comprometido con las opciones tradicionales.

El resultado de la primera vuelta confirma que el voto indeciso fue el verdadero árbitro de la elección. Rodrigo Paz logró imponerse en la intención de voto, seguido de Tuto Quiroga, quien consolidó el apoyo en la derecha. Ambos avanzan a una segunda vuelta que redefine por completo el escenario: el tablero vuelve a cero, pero con dos actores claramente posicionados. En esta nueva etapa, la capacidad de generar confianza, de movilizar bases y de conquistar nuevamente al electorado indeciso será el factor decisivo.

Un aspecto relevante es la dimensión territorial del voto. Santa Cruz y La Paz marcaron el pulso de la elección: mientras Tuto Quiroga se impuso en un departamento, Rodrigo Paz lo hizo en el otro. Este comportamiento refleja dos mensajes claros: el electorado cruceño reclama mayor protagonismo en la definición del rumbo político nacional, y La Paz reafirma su centralidad como epicentro de las decisiones estratégicas del país. La geografía del voto revela, además, que Bolivia mantiene un delicado equilibrio de regiones y liderazgos que ningún candidato puede ignorar.

La principal lección de esta elección es que la política boliviana sigue siendo un terreno donde las certezas duran poco. El éxito de un candidato depende tanto de la percepción pública y la interacción cotidiana con la ciudadanía, como de las estructuras partidarias y sus alianzas. Subestimar la inteligencia y la voluntad del electorado es un error que, como en esta ocasión, puede alterar los escenarios más previsibles.

En conclusión, el voto indeciso se ha consolidado como el gran protagonista de 2025. Más que una sorpresa, es una advertencia: las elecciones en Bolivia no se ganan con encuestas ni con cálculos lineales, sino en la capacidad de interpretar las emociones, aspiraciones y demandas de una población que, en su diversidad, siempre se reserva el derecho de decidir en silencio.

Rodrigo Salinas Luna Orozco es profesional en Ciencia Política y Gestión Pública.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.