Imagen del autor
C

uando algo invade la mente y tratas de darle forma, poniéndole palabras que juntas expresen una idea que otros la comprendan, entonces valoras cada libro leído que hábilmente te transportó a otro contexto, o cada poesía que te arrancó lágrimas por traiciones descritas, o tal vez teorías densas que te brindan la posibilidad de entender procesos cognitivos como la lectura y la escritura.

Al respecto, Piaget, científico, psicólogo y biólogo, decía que el aprendizaje se produce cuando la persona entra en conflicto con lo que ya sabe y lo que debería saber (en realidad el autor dijo “el alumno” y yo con todo respeto me permito cambiarlo a “la persona”). Entonces, el punto de partida son los conocimientos previos, lo que ya sabemos es lo que nos mueve a querer saber más y ahí empieza la famosa construcción del conocimiento.

Sin embargo, para construir necesitamos cimientos; éste es un principio básico de la ingeniería y mientras más profundos sean, más seguro es lo que se edifica.

Estamos en un tiempo difícil, no por la economía o la política propiamente; sino, además de la crisis moral, por la comodidad: la comodidad de no pensar. Ford dijo que “pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá sea ésta la razón por la que haya pocas personas que lo practiquen”.

Hoy, muchos ponen reflexiones en medios virtuales, dan sus opiniones, otros tantos filosofan y claro no faltan quienes hacen el “copy/paste” sin la delicadeza de poner el nombre de quien se pasó el trabajo de pensar por ellos (quienes escribimos ya no sabemos si llorar o reír —hago referencia al plagio—).

En todo caso, la cosa es simple: si no leemos, no sabemos escribir, si no sabemos escribir, no sabemos pensar (ahí podemos deducir si algún escrito virtual es auténtico o no, teniendo referencia de quien lo publica). Qué simpático fue Borges cuando dijo “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.

Escribir y leer o leer y escribir te induce a pensar y pensar es salir del confort mental; si salir del confort físico nos cuesta tanto, salir del otro nos cuesta mucho más.

No pensar resulta cómodo porque así responsabilizamos a otros de nuestros errores y hasta los culpamos.

No pensar es fácil cuando exigimos que sean los demás los que cambien en lugar de asumir nosotros la responsabilidad de hacerlo.

No pensar es conveniente si es que decidimos que ajenos sean los protagonistas de nuestra historia.

Y es que la comodidad de no pensar nos aturde, nos adormece, nos anestesia y nos narcotiza; es casi como que “pensáramos”: ¿para qué pensar si hay alguien que lo haga por nosotros?

Pensar es un proceso majestuoso, creativo, desafiante y nutritivo pero incómodo. El decidir no salir de la comodidad, nos exime de hacernos cargo de nuestra propia vida y entonces, culpamos a los papás, a los jefes, al Gobierno o al vecino de todo lo que sucede alrededor nuestro.

“Renovaos vuestra manera de pensar”, dijo Pablo a los romanos, en otras palabras, piensen diferente, cambien sus pensamientos, adopten una nueva manera de pensar. Pablo ya sabía que esto no era fácil porque en ningún tiempo pensar lo fue, menos para conocer la voluntad perfecta de Dios que era a lo que se refería él.

Si pensáramos antes de hablar, no ofenderíamos tanto.

Si pensáramos antes de actuar, nos equivocaríamos menos.

Si pensáramos antes de morir donde quisiéramos vivir luego de dejar de hacerlo aquí en la “comodidad” terrestre, elegiríamos el mejor lugar a tiempo.

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.