Imagen del autor
H

oy escribo como mamá y no como profesional; profesionales hay muchos, en todos los campos y cada vez con mayores competencias y dispuestos a seguir aprendiendo nuevas cosas, asistiendo a más cursos, buscando más credenciales, añorando más ascensos, participando en más congresos y pretendiendo no dejar de ser invitados a las reuniones sociales donde se intercambian los logros obtenidos con cierto aire de supuesta modestia.

Horas invertidas (o tal vez gastadas, dependiendo como lo veamos), dinero, energía, expectativas, proyectos y cuántas cosas más conlleva el seguir preparándose casi de manera interminable para seguir trabajando en lo que nos gusta, nos tocó hacer o simplemente genera los papeles con impresiones de personas que no hemos conocido pero que nos gusta tanto ver (me refiero al dinero).

Y bueno, mamás/papás también hay muchos pero no tantos con la misma disposición de ascenso o de búsqueda en el desarrollo personal como así lo añoran en el área profesional.

Muchas veces lo dije y creo que no me cansaré de hacerlo: “Nuestros hijos no nos escuchan, nuestros hijos nos ven” es una frase que la acuñé desde el momento que tuve las primeras patadas en el vientre indicando que había vida dentro de la mía. Aún no había experimentado el tenerlos en los brazos pero sí la conciencia de que cuando lo haga, mi ejemplo valía.

Quería que me vean no sólo como trabajadora y generadora de ingresos o como una profesional destacada, sino como una persona empeñosa en aprender para enseñar, pero no repitiendo verbalmente lo que había encontrado en un libro para que ellos me escuchen (bueno... libro en ese entonces, hoy para los papis nuevos sería Google); sino para que vean con mis acciones y sobre todo decisiones que los amaba como hoy se dice “hasta el infinito y más allá”.

Ese amor hizo que existiera sacrificio, renuncia, entrega, pasión pues cuando ellos dormían, yo estudiaba. Veían que esas palabras no eran sólo un discurso; por tanto, nunca tuvieron que escuchar qué significaban porque las veían en mí y en el papá.

Educamos cuando no tenemos la intención de hacerlo, cuando ellos ven el valor y la importancia que damos a empeñarnos en ser mejores personas antes que ser buenos profesionales.

En este campo educativo, me toca lidiar con Escuelas de PPFF donde de manera recurrente se escucha: “No quiere estudiar”, “no respeta a sus hermanos”, “ya no sé qué hacer con su carácter”, “ya se lo dije de mil maneras”… en esos momentos y de manera casi inevitable me surge la curiosidad de saber si existe coherencia entre lo que mamá/papá dice y lo que mamá/papá hace.

Educamos cuando no tenemos la intención de hacerlo cuando de manera dispuesta y voluntaria asistimos a una charla que se vaya a dar donde pensamos que sacaremos provecho para la familia y la vida. A veces, es triste (ahora hablo como profesional) lidiar con colegios que quieren brindar este tipo de asistencia y no cuentan con un grupo de papás interesados; disponer del pago de una entrada a un concierto musical no representa ningún problema, pero pagar mucho menos por educarse es cuestionado. Por otro lado, también, hay unidades educativas que no apoyan la iniciativa de algunos padres inquietos por la formación integral de sus hijos y simplemente desestiman la actividad bajo el rótulo de “no viable”.

Educamos cuando no tenemos intención de hacerlo significa que lo hacemos en todo momento, en todo lugar, sin presión, de forma natural, sin discursos, con acciones, sin engaños, con decisiones, sin miedo y con valor.

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.