
l anuncio de alianzas o bloques de unidad partidaria de cara a las elecciones generales del próximo año ha generado altas expectativas entre quienes siguen el acontecer político nacional.
Sentimientos encontrados invaden las calles al ver que algunos rostros reaparecen como precandidatos; sin embargo, una cara nueva tampoco parece satisfacer ese ideal del imaginario social, sobre todo cuando se trata de sacar al país de la peor crisis que se ha podido vivir en todo nuestro casi Bicentenario de vida republicana. Las miradas se vuelcan nuevamente hacia quien cuente con la experiencia en el manejo de la cosa pública.
La polarización y la corrupción institucionalizada han copado casi todos los ámbitos de nuestras vidas; sin embargo, los cambios de fondo que requiere el país, como la desburocratización o la reforma judicial, pasan a un segundo plano cuando se trata de generar recursos para llegar a fin de mes. Por tanto, la decisión al momento de votar recaerá sobre un rostro, un personaje que, acompañado por una consigna emocional, brinde certezas y devuelva la esperanza en que todo esto también pasará.
Ese rostro debe contar con la habilidad de garantizar niveles de gobernabilidad que cumplan premisas fundamentales a tomar en cuenta.
De inicio, hay que entender que basar la unidad de la oposición solamente en la identificación de un enemigo común con fines puramente electoralistas, es decir, solo por ganar, tiene graves consecuencias que generan ríos revueltos y ganancia de pillos; por tanto y en primer lugar, pasar por una coincidencia programática, que no solo implique cómo intervenir las áreas que le competen al Estado, sino más bien en eliminar todas las que ya no, como el gasto público en funcionarios y su casi medio millón de miembros, o impuestos estratosféricos a todo, que incluyen respirar, medio respirar o dejar de respirar.
En segundo lugar, un acuerdo parlamentario que asegure equidad y gobernabilidad, pero fundamentalmente que visibilice la renovación de liderazgos. Si hay algo de lo que adolecen absolutamente todos los partidos políticos es la falta de formación de cuadros, o del bloqueo de liderazgos emergentes. Sentir o pensar que cuentan con el más sabio de los caudillos, con un entorno inmediato de confianza e inamovilidad, sintiéndose dueños de la verdad absoluta, ha relegado a la innovación dirigencial y un legado de continuidad y madurez política a mandos medios e incluso irrelevantes espacios de simpatía y aportes voluntarios. Una alianza sin plena consciencia de esta necesidad de cara al 2030, sería un enorme retroceso. Finalmente, la unidad de la oposición debe pasar por una fase de sano sinceramiento, la confianza en el cumplimiento de los acuerdos que pongan a la población en primer lugar y asegurar gobernabilidad.
El pueblo boliviano no se calla. La tecnología informa y registra todo en tiempo real. La historia boliviana de los últimos años nos hizo aprender que somos dueños de las calles y el seguimiento a quien gane las elecciones será minucioso y no exento de exigencias. Cualquier intento de hacer trampa, combinado con el hambre, es una muy buena motivación para sacar a quien sea que ocupe la silla presidencial.
Natalia Terrazas Tejerina es socióloga.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.