
n un rápido vistazo al panorama electoral, el abanico de opciones para la mayoría de los electores no podría ser más deprimente. Sabiendo que esto se ha dicho sobreabundantemente, es menester un repaso de cara al examen más importante en el año del Bicentenario boliviano. Ser incisivos en este aspecto no solo ayuda a una servidora a desahogarse en esta columna de opinión, sino que ayudará a enriquecer la discusión y fortalecer el ejercicio democrático.
Ante un oficialismo aparentemente fragmentado (menciono aparentemente, porque ante la institucionalización de la corrupción, son demasiados intereses en juego como para darse el lujo de candidatear por separado), la oposición en general ha vislumbrado una luz al final del túnel. Tanto así, que si se sumaran los porcentajes en encuestas de todas las pequeñas fracciones que ahora asoman sus cabezas con intención presidenciable, se podría inferir que la mayoría de los bolivianos espera un cambio y ha despertado el interés, otrora impensable, de poder ganarle al oficialismo.
Sin embargo, el acaparamiento y control político del Gobierno en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana y todas las instituciones que la rigen, a través de formas poco legales de aplicar la ley ha golpeado fuertemente a los opositores políticos, quienes son perseguidos y amenazados. Asimismo, han surgido nuevos actores en este ámbito que no representan precisamente liderazgos posicionados, solventes o estructurados. Lo que nos remite inevitablemente a echarle el ojo a la vieja oposición (que al menos es solvente y conocida) y que deberá concentrar nuestros esfuerzos en unificar la opción viable de sacar al MAS del Gobierno y tener cinco años de difícil transición hacia la salida de la actual crisis que golpea nuestro país.
En un escenario en que los partidos políticos no cuentan con una estructura militante consolidada y reducida a simples siglas, están, por un lado, los candidatos autoproclamados que buscan sigla que los apoye y, por el otro, nos brinda un paisaje de jauja política, ya que todas las opciones, de uno y otro lado, se encuentran rodeados de multitudes de personas que claramente no militan en pos de un proyecto político, no son concentraciones libremente abiertas o muestras reales de apoyo ciudadano.
Asimismo, se tiene a un Andrónico poniéndose los moños para consolidar una candidatura que se va a dar de manera natural, como comenté antes, en un oficialismo que tiene demasiado en juego como para evitar un abrazo y un beso entre arcistas y evistas. Una renovación que carece de esa misma cualidad pero que goza de juventud.
Al sopesar todas estas aristas, el electorado, sobre todo el electorado joven, debe echar mano de su mejor herramienta para escudriñar en lo más hondo de todos los perfiles. Los candidatos deben ser googleados, indagados y hasta consultados con Alexa; se debe romper rotundamente con la promesa prebendal y el sueño de que se va a cambiar el país. Los cambios solamente se pueden dar cuando existe una conexión genuina entre el Estado y la sociedad.
Las propuestas no puede solamente girar en torno a romper con la continuidad en el poder de los que hasta ahora se aferraron a él o las inevitables políticas de shock que ambos lados saben (sabemos) deberán aplicarse, sin importa ya quién sea culpable. La crisis es una realidad y no solo el Estado puede ser el único actor de esta tragedia. Implica consensos y condiciones para que todos los bolivianos podamos trabajar para salir de ella. Nadie habla de lo que se debe hacer para brindar las condiciones necesarias para que atravesemos las crisis de una manera medianamente llevadera. Nadie dice que la tan anhelada industrialización no es posible si en provincia no se controlan sequías, inundaciones y servicios básicos.
Esperar a que el Estado se haga cargo de la situación, mientras todos sudamos la gota gorda no es una opción viable. Recobrar la confianza en que los nuevos profesionales podrán ejercer su campo, sea cual fuere y no solo aspirar al carguito político. Tomar consciencia de las consecuencias del voto a corto plazo pasa por tomarse la molestia de ser protagonistas de los destinos del país, porque lo que se decida este agosto próximo va a determinar el camino de nuestro país por un buen tiempo, hasta salir de la crisis.
Natalia Terrazas Tejerina es socióloga.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.