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iempre escuché a mis compatriotas quejarse de varios aspectos negativos que caracterizan al país, reniegan de nuestra idiosincrasia y defectos comunes, pero imputando la causa al otro, sin un pequeño espacio para la autocrítica, desde la sociedad civil inculpan a los gobernantes por sus inconductas en la administración de la cosa pública, olvidando que los políticos en general, independientemente de sus tendencias ideológicas, forman parte del colectivo humano al que pertenecen, ergo cuando les toca estar en el poder llevan consigo las mismas mañas y costumbres que adoptaron en su comunidad, sólo que en el gobierno o en cualquier otra función pública, esos defectos se vuelven más peligrosos y tóxicos para el país, por las consecuencias y perjuicios de carácter masivo.

Todavía advertimos la presencia negativa de actitudes que en la relación social cotidiana contribuyen a la vulneración de derechos básicos, como la violencia doméstica, la discriminación de género, racial, étnica, el acoso y hostigamiento sexual, especialmente en escenarios donde la relación de poder, no horizontal, son la causa principal para estos abusos y desde las esferas públicas se hizo muy poco apara que estos bolsones de vulneración de derechos se reduzcan.

En el ámbito de la sociedad política el problema es más profundo, precisamente porque se ha distorsionado de la manera más grosera la razón altruista por la que se supone incursionan en esta actividad, en la cual deberían imperar precisamente los referentes bioéticos, valores, principios, aspiraciones y vocación de justicia, honradez y transparencia en la administración de la cosa pública, sensibilidad humana, espíritu solidario, tolerancia, respeto al pensamiento del otro y resguardo de los derechos humanos. En suma, supuestamente los activistas políticos deberían ser los más virtuosos , los mejores, justamente por la responsabilidad y representación que asumen. Empero la realidad nos muestra otro escenario, de lo contrario el país no estaría considerado entre los más corruptos del mundo y el primero en la región latinoamericana.

Lo indignante es que ellos se autoconvencen que todo lo hacen bien, no hay un sólo espacio para la autocrítica, el exclusivo responsable de estos males es el adversario político o el imperio.

Sin embargo, en este 6 de agosto de 2025, fecha que celebramos nuestro Bicentenario, razonando con objetividad, es importante reconocer que no todo fue malo, el sólo hecho de existir como Estado 200 años, con una identidad nacional consolidada, es motivo para sentirse orgullosamente bolivianos, estar agradecidos con el sacrificio expuesto por los protomártires de la independencia, valorar los acontecimientos suscitados a lo largo de nuestra historia, como el reconocimiento constitucional de los derechos económico sociales en 1938, con una visión diferente del Estado, reivindicar la revolución de 1952 que extinguió esa especie de esclavitud que subsistía en Bolivia a través del pongueaje en pleno Siglo XX, resaltar la decisión legal y política de poner fin a la injusticia que hasta entonces impedía a las mujeres ejercer el derecho al sufragio, desplazar a las dictaduras militares del poder, restituyendo la democracia, dando el salto cualitativo “de las botas a los votos”, suscribir como Estado un conjunto de convenios internacionales sobre derechos humanos, para resguardar derechos de las mujeres, niñez, pueblos indígenas, contra la discriminación, contra los crímenes de lesa humanidad, evidencian el compromiso asumido por el Estado ante la comunidad internacional, es tarea nuestra velar por su estricto cumplimiento.

Hoy, en lugar de lamentarnos y seguir endosándole al otro la causa de nuestros males, corresponde levantarnos de nuevo, valorar las virtudes de nuestro pueblo que con sabiduría nos mostrará el camino a seguir, siempre fuimos enemigos de las dictaduras, lo demostramos en el pasado y en este mes y año de opciones electorales decisivas, ratificaremos el compromiso por la democracia como el sistema más idóneo de convivencia colectiva y promoción del desarrollo pleno. Por ello, PESE A TODO, VIVA BOLIVIA DEMOCRÀTICA EN SU BICENTENARIO.

Waldo Albarracín Sánchez es abogado y defensor de Derechos Humanos.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.