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omó un cuaderno con hojas borroneadas, miró tras sus gafas al ciudadano, quien le transmitió su queja: hacía un trámite de regularización de planos desde hace un año y esperaba la benevolencia en la atención, dado que era de la tercera edad y venía de una decena de intentos.

La funcionaria municipal atendía solo un día a la semana y había que anotarse desde muy temprano, para encontrar la posibilidad de explicarle el caso. La señora era el cuello de botella de esa repartición, porque ella decidía a qué funcionario se derivaba el trámite, previo su visto bueno.

Como no había un espacio en la hoja, la citada funcionaria apuntó en un lateral de la hoja el pedido. Esa forma de tomar apuntes lo había visto antes en el primer grado escolar, porque para un niño, le da igual anotar en una zona de la hoja, al revés o donde encuentre espacio.

Dos semanas después el ciudadano se anotició que la citada funcionaría, había dejado de trabajar, porque al alcalde Arias le gusta cambiar el personal constantemente, y le importa poco o nada las penurias de los ciudadanos. Como Sísifo, había que empezar otra vez el trámite y las semanas pasan.

Lo que parecía inaceptable se ha tornado aceptable, habitual e institucionalizado. El caso anotado se repite en la Aduana, Servicio de Impuestos Nacionales, Derechos Reales y oficinas estatales, abiertas para la atención al público. Los funcionarios parecen estar acostumbrados a martirizar a quienes realizan un trámite pidiéndoles cientos de fotocopias, que vaya uno a saber dónde irán a parar, anunciando con la clásica expresión: “vuelva la próxima semana”.

Los malos servidores públicos no solo abusan de sus deberes públicos, sino que causan un terrible y deplorable costo de oportunidad a otros, ya que decenas y cientos de jóvenes buscan una fuente de trabajo decente, donde aparte de ganar honradamente el pan del día, brindarían un trato amable, a quien al final de cuentas sostiene su fuente de trabajo con los impuestos que entregan.

La mala atención es solo una faceta; están además los que se unen para delinquir, se apoyan con el silencio y callan los actos de corrupción. El nuevo gobierno empieza a destapar la olla y se encontró “con una cloaca de dimensiones extraordinarias”.

Aprehenden al gerente comercial de ATB por retener los aportes de los trabajadores, allanan la refinería de Palmasola y detienen a cuatro presuntos corruptos, detienen al máximo dirigente de los panificadores y siguen buscando al gerente general de EMAPA… Esto ocurre solo en un día.

¿Por qué se corrompen los funcionarios públicos? Los estudiosos dicen que las sociedades contemporáneas viven sumergidas en una crisis de valores y que los antivalores han invadido la vida diaria en diversos ámbitos de la vida pública, reina en todas partes una crisis de orientación. Siguiendo a Hans Küng se podría decir que en la sociedad contemporánea existe confusión y desorientación.

La administración pública no es más que una parte de la sociedad a la que sirve. Por ello, sobre la administración se reflejan, forzosamente, los valores que imperan en el entorno social. Nuestros simpáticos servidores públicos no son más que un reflejo de nuestra sociedad.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.