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diario veo a los jóvenes salir del colegio en grupos pequeños y grandes. Me llama particularmente la atención, un grupo que sigue a un muchacho un poco más alto, de buena presencia; éste establece un grado de cercanía, seguramente en función de la simpatía o antipatía que siente por otros. A su lado siempre van los que celebran sus ocurrencias, otros están un poco más alejados y, finalmente, están los que no quieren sentirse fuera del grupo.

Esta escena me recuerda la Teoría del Rebaño del filósofo Friedrich Nietzsche, para quien la mayoría de las personas acatan las normas y mandatos de su grupo familiar o social en la que nacieron, sin cuestionarse si son saludables, útiles o compatibles con sus deseos. El rebaño es la humanidad que sigue al pastor, sin siquiera debatir su legitimidad.

El instinto de rebaño es una conducta propia del ser humano. En un grupo social, este instinto aparece cuando seguimos el comportamiento de la mayoría sin importar si ese comportamiento es el correcto o no. Me hubiese gustado hablar con ese joven, cabeza de ese rebaño, para conocer si sus cualidades físicas, intelectuales u otra aptitud le dieron el liderazgo en el grupo o simplemente se ganó la popularidad por un hecho que el grupo valoró.

Nietzsche sostenía que las personas que adoptan la filosofía del rebaño se convierten en seres sin voluntad propia, que simplemente siguen a la multitud en lugar de tomar decisiones por sí mismos. El filósofo postulaba la grandeza del “superhombre”, de aquel que decide variar su evolución y tomar un sentido individual a su vida, dejando atrás al rebaño.

Un ejemplo en el tema económico, podría aclarar el tema, es el caso del dólar. Una burbuja financiera apareció cuando el dólar trepó hasta los 17 bolivianos creciendo en un par de días de manera desenfrenada. Los pastores economistas impulsaron esas subas a través sus compras. Luego, el instinto de rebaño impulsó a la multitud a seguir a esos guías. El precio de la moneda subía, muchos compraban, porque sentían que debían aprovechar la oportunidad. Al final, ganaron pocos y perdieron muchos porque el globo del alza se fue desinflando. Otro caso recordado es el llamado Finsa (1992), cuando esa empresa ofreció intereses altos y ganancias milagrosa, para que el esquema sobreviviera aparecieron personas que divulgaron las rápidas ganancias, convenciendo a otras (rebaño) a que ingresen al modelo; resultado: 22 mil personas estafadas.

En el enjambre de las redes sociales viven los tiktokeros, cuyas voces son multiplicadas por los likes, que no necesariamente implican que lo que escriben tengan el rigor de verdad. Unos son creadores de contenido, contadores de historias por medio de vídeos en series de varios capítulos breves. Estas historias atrapan a jóvenes y mayores porque no podemos vivir sin la fantasía. Cada vez que nos cuentan algo ficticio, o que ha ocurrido en realidad, distintas áreas del cerebro se ponen en alerta, y se activan los circuitos que despiertan la memoria y el estado de atención, estimulan nuestras emociones como el odio y amor, rechazo, empatía, venganza y perdón; el rebaño sigue fielmente los capítulos.

Otros se cobijaron en las redes sociales para transmitir sus denuncias, vociferar a favor de los más desamparados, identificarse con sus problemas, colocándose la capa de los salvadores, convirtiéndose en los héroes esperados. Parecía que iban a desaparecer tras las elecciones, pero se instalaron en su búnker y mantienen su postura, alejándose cada vez más de la verdad, vendiendo ilusiones y ampliando su rebaño.

El común de nuestra sociedad boliviana vive cada vez más indefenso por la falta de lectura, además, si leen no entienden lo leído; así, el rebaño se ve más desvalido porque siente la necesidad de protección y los integrantes huyen hacia el centro del grupo para perderse en la multitud, apoyando cualquier argumento que se les propone.

Es difícil hacer entender, sobre todo a los jóvenes que no necesitamos la protección del rebaño, del grupo falsamente cohesionado, para sobrevivir. Tenemos la fuerza y la consciencia suficiente para ser nosotros mismos. Esa tarea de convencimiento está en manos de los educadores y los comunicadores sociales, quienes, por el momento parecen perder esta batalla, por falta de convencimiento de su potencialidad o porque sucumben ante la dádiva y el favor.

Aclara este panorama la definición de la Real Academia al señalar que un rebaño es un hato grande de ganado, compuesto preferentemente por ovejas y borregos. Los borregos son corderos gregarios, que se dejan manejar, llevar aquí o allá, sin ton ni son. Lo malo es que donde hay rebaños de borregos siempre aparecen lobos hambrientos. Salir del rebaño equivale a salir de la caverna que nos propone Platón, porque es más cómodo vivir sin fatigarse en reflexionar.

Ernesto Murillo Estrada es filósofo y periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.