Imagen del autor
C

uando todo parece desmoronarse, son los valores los que sostienen a las personas y las naciones.

En un país donde la incertidumbre se ha convertido en el pan de cada día, la falta de gasolina, diésel y dólares se suma a un ambiente cargado de desconfianza. El caos se refleja en colas interminables, mercados paralelos, y en una sociedad que duda de lo que escucha y no cree en quienes la gobiernan. Algunos acusan al gobierno de inescrupuloso, otros de incompetente, mientras otros lo ven como hábil para perpetuar el engaño. Pero más allá de las opiniones políticas, la verdadera raíz de esta crisis es una sola: un tema de valores.

Sin valores sólidos, cualquier estructura, por más firme que parezca, termina desmoronándose. Esto no es sólo aplicable a las instituciones, sino también a las personas. Lo vivimos a diario, no sólo en el ámbito político y económico, sino también en situaciones cotidianas. Hace unos días, fui testigo de un episodio que ilustra esta realidad: un hombre en estado de ebriedad estuvo a punto de lanzarse bajo las llantas de mi auto. Estaba golpeado, desorientado y, según los testigos, había intentado matar a su esposa e hijos momentos antes. Esta escena, aunque dura, no es un caso aislado en nuestro entorno.

El alcohol, se dice, no cambia los valores, sino que desinhibe las acciones. Lo que haces ebrio es algo que, probablemente, ya existía en tu mente sobria. Este pensamiento me llevó a reflexionar sobre una historia que se ha contado por generaciones: la tragedia del Titanic.

Cuando el barco se hundía, algunos pasajeros buscaron refugio en el alcohol para enfrentar el miedo, mientras que los músicos de la banda eligieron tocar hasta el final, intentando calmar a quienes estaban a bordo. No necesitaban desinhibirse para ser valientes; su decisión fue una expresión pura de sus valores: servicio, empatía y humanidad. Ese contraste revela una verdad profunda: la verdadera valentía no viene de lo que nos desinhibe, sino de los principios que nos guían.

En Bolivia, el alcohol es muchas veces visto como un atenuante, incluso ante la ley. Sin embargo, no puede ser excusa para justificar acciones que contradicen los valores fundamentales. En una sociedad donde la violencia familiar, los actos impulsivos y los abusos parecen ser tolerados, debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de valores estamos transmitiendo? En este contexto, mi vocación en la formación de valores cobra más sentido que nunca. Creo firmemente que sólo con principios sólidos podremos reconstruir el tejido social y encontrar un camino hacia adelante como país.

Hoy, nuestra coyuntura nacional exige una mirada honesta hacia nuestras bases éticas. La crisis económica no es sólo una cuestión de políticas, sino de actitudes. La corrupción, el engaño y la falta de responsabilidad no son problemas técnicos; son el resultado de la ausencia de valores como la honestidad, la solidaridad y el respeto.

No podemos seguir confiando en soluciones rápidas ni en discursos que apelan al miedo o a la división. Necesitamos una transformación profunda que comience en cada hogar, en cada comunidad y en cada institución. Como los músicos del Titanic, debemos decidir actuar con valentía, no porque estemos desinhibidos, sino porque nuestros valores nos llaman a hacerlo.

La reconstrucción de Bolivia no será fácil, pero estoy convencida de que es posible. Si en medio de la incertidumbre elegimos la integridad sobre el oportunismo y la empatía sobre la indiferencia, podremos enfrentar cualquier tempestad. Porque, al final, lo único que realmente sostiene a las personas y las naciones son los valores… ¿Lo piensas como yo?

Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.