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esde los años setenta del siglo pasado John V. Murra (+) es reconocido como el paradigma de la etnohistórica en cuanto al imperio inca y a las sociedades andinas precoloniales. Sus obras son conocidas en los círculos académicos de América Latina, Norte América y Europa El autor de este artículo reconoce la importancia de Murra por promover los estudios sobre el Tawantinsuyu, pero cuestiona el considerado carácter científico de su obra. (ver mi libro “Economía y sociedad del imperio Inca”, 2018). (La etnohistoria es la ciencia que estudia las sociedades precoloniales de América en base a los escritos de los cronistas españoles principalmente).

En su obra más conocida “La organización económica del Estado Inca” (1975), afirmó que su trabajo “se refiere esencialmente a la organización económica; no hago el esfuerzo aquí de describir la cultura material y la tecnología andina durante el siglo XV y comienzos del XVI”. Añadió que “me di cuenta de que no podía incluir toda la organización social y económica. Decidí entonces limitarme a lo económico" (p.20). Concluyó que “En las primeras décadas posteriores a la invasión, los europeos esclavizaron a mucha gente a quienes denominaron yana, pero que nunca habían sido de condición servil antes de 1532. Los emplearon en la minería, el comercio y la arriería, todas ellas actividades no andinas.” (p.240)

Los supuestos objetivos “económicos” de su trabajo causan perplejidad ya que no es correcto hacer un estudio “económico” incluyendo solo a la agricultura campesina y excluyendo a otras actividades productivas como la minería, la metalurgia, las manufacturas, la ganadería y otras. Estas eran justamente las más importantes del imperio. Si, por ejemplo, un investigador analizara una sociedad actual estudiando solo a la agricultura campesina, sus conclusiones resultarían obviamente parciales.

Si bien Murra no analizó la economía, se limitó en dos aspectos institucionales que cubrieron la totalidad de su obra. Interpretó a la sociedad como constituida por el mecanismo de la “reciprocidad” a nivel de las “comunidades campesinas” y por la “redistribución de bienes” entre el Estado y esas comunidades. Mientras la reciprocidad caracterizaría las “relaciones” entre los campesinos, la “redistribución de bienes” definiría las relaciones entre el Estado y las comunidades. En este caso los bienes producidos por los campesinos durante sus “prestaciones rotativas obligatorias” serían apropiados por el Estado, para ser luego consumidas en parte por la “burocracia estatal”, y la otra parte “redistribuida” a los mismos campesinos durante sus prestaciones. La burocracia estatal, según Murra, estaría conformada por familiares de los linajes reales.

La obra murriana presenta varias insuficiencias:

1) a Murra no le interesó conocer las características económicas y sociales de las “comunidades” y del Estado. Su interés era interpretar a la sociedad Inca con los conceptos mencionados arriba. En cuanto a las “comunidades autosuficientes”, éstas estarían conformadas simplemente por “campesinos con propiedad comunal”, sujetos sin embargo a las prestaciones rotativas impuestas por el Estado. En cuanto a éste, Murra tampoco trató de analizar sus características y su dependencia respecto a las “comunidades”. El Estado era visto por Murra como “el factor perverso” de la sociedad, como una institución conformada por burócratas de origen monárquico, con el objetivo de beneficiarse de las prestaciones y de consumir el excedente campesino.

2) Según Murra, la evolución que experimentaban las comunidades 50 años antes de la llegada de los españoles en relación con la “aparición de grupos extraños como “las acllas, los mitimas y los yana”, sería causada por el Estado y sus actividades distorsionantes. Murra no estudió en realidad las características de los ayllus, sus clases sociales, la composición de las familias extensas y de las familias pequeñas. Tampoco reconoció que en el seno de las familias extensas se encontraban los yanacunas (esclavos), las “acllas” (niñas concubinas de los nobles) y los mitimas o mitmakunas (campesinos pertenecientes a los nobles). Este investigador solo admitió la presencia de pequeños campesinos libres en los ayllus.

3) Murra no advirtió tampoco la existencia de múltiples mecanismos entre el Estado y la economía de las grandes familias de los ayllus. El Estado, junto con las familias nobles “Incas y no Incas” de los ayllus, jugó el papel de impulsor del desarrollo de la economía y la tecnología.

4) Murra no analizó importantes instituciones como las mitas, en que la fuerza de trabajo campesina, probablemente la mayoría de la población, era utilizada por el Estado para el desarrollo de la infraestructura física del imperio. La fuerza de trabajo campesina era movilizada durante alrededor de 8 a 9 meses del año para la construcción de gigantescas obras de irrigación, la construcción de una red de caminos de miles de kilómetros, de miles de puentes, la habilitación de minas, la construcción de fortalezas y otras. Los beneficiarios directos del trabajo campesino en las mitas no eran los burócratas estatales o las familias nobles cusqueñas, como lo sugieren Murra y otros, sino sobre todo las familias nobles de los diversos ayllus, así como, secundariamente, los campesinos mismos.

5) El papel “económico” del gigantesco ejército inca, constituido por alrededor de 300 mil soldados (sobre una población de alrededor de 15 millones de habitantes), no fue estudiado por Murra. La institución militar mantenía intensas y múltiples relaciones económicas con las familias extensas de los ayllus, constituyendo para éstas un poderoso factor de demanda de bienes manufacturados producidos por ellas y, en sentido inverso, de oferta de “mano de obra cautiva, los yanaconas” en beneficio de las grandes familias. El ejército constituía un “factor vértice y de expansión” de la dinámica económica imperial.

6) En la educación, tema desconocido por Murra, el Estado era el responsable institucional. Miles de jóvenes de la nobleza eran educados en geología, minería, metalurgia, agronomía, ingeniería civil, historia, etcétera, en base a la elaboración y lectura de los quipus. La minería y la metalurgia se encontraban en intenso proceso de desarrollo. El sector agrícola, asimismo, crecía y se diversificaba gracias a la producción y distribución de la “chaquitaclla (arado) en bronce” y a otras tecnologías como el abono orgánico proveniente de la costa.

7) Surge la pregunta ¿en qué etapa de la humanidad se encontraban las sociedades Inca y tiwanacota? Este es otro tema ignorado por Murra. El dinamismo civilizatorio de los imperios tiwanacota e inca estuvo impulsado por la ciencia y la tecnología relacionadas con la metalurgia del bronce. Debido a estas actividades estos imperios lograron superar ampliamente la “Edad de la Piedra” y adentrarse en la etapa superior de la “Edad del Bronce”. Los imperios azteca y maya, en comparación, no lograron superar la “Edad de la Piedra”. Si seguimos los estudios de Murra y de la mayor parte de los antropólogos, historiadores, sociólogos y economistas “murriarnos” contemporáneos, con su enfoque limitado a la agricultura campesina, los imperios tiwanacota e inca se encontrarían apenas en “la Edad de la Piedra” o antes.

Murra, ferviente impulsor de las ideas anarquistas, fue seducido por temas que nada tenían que ver con el funcionamiento de la sociedad Inca. Su interés era formular simplemente una sociedad “ideal, comunitaria y armoniosa” entre los campesinos. Lo demás era superfluo.

Bernardo Corro Barrientos es economista y antropólogo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.