
os bolivianos tenemos una concepción muy limitada de la ciudadanía. Por lo general vinculamos la ciudadanía con aspectos mecánicos como la potestad de votar, exigir derechos u ocupar algún cargo público. Muy pocos equilibran derechos con deberes; o tienen conciencia de que, al ejercer un cargo público, está en juego el honor personal y estatal. Una buena parte considera la función pública como una oportunidad de beneficio, y no de servicio.
Algo que los griegos ya en la antigüedad entendieron fue que Ciudadanía y Estado eran conceptos indisolubles. En la forma en que se ejerce la ciudadana, es la forma también en que funciona el Estado, la democracia y sus instituciones. Muchos indicadores de la actualidad como los referidos a transparencia, confianza, Estado de derecho, seguridad jurídica, vial y humana, y el mismo desarrollo democrático, dependen de comportamientos y acciones ciudadanas.
Giovanni Sartori, en su obra “Teoría de la Democracia”, hace referencia de que, en la antigua Grecia, el ciudadano era quien se entregaba totalmente al Estado. … le daba su sangre durante la guerra; su tiempo en la paz, no era libre de dejar a un lado los asuntos públicos, para ocuparse de los suyos. Por el contrario, el ciudadano debía descuidarlos para trabajar por el bien de la ciudad.
En nuestro medio, son muy pocos los que, ejerciendo un cargo jerárquico, alcanzan tan sublime dimensión de la ciudadanía, como la que rememora Sartori. Para el periodo que cerramos y considerando su trayectoria publica, y logros alcanzados en ciclos de adversidad, no tengo la menor duda de que el ciudadano Óscar Hassenteufel, que lideró el Órgano Electoral en dos periodos de altas tensiones (2002 al 2006; 2021 al 2025) es un gran referente de lo que implica ser un ciudadano en democracia.
Personalmente recuerdo al Dr. Hassenteufel, cuando la sociedad marginada de ejercer derechos civiles y políticos, por falta de documentos de identidad se movilizó entre el 2003 al 2005 bajo la denominación de “movimiento de los indocumentados”, y siendo presidente de la Corte Nacional Electoral, tuvo la templanza para reconocer que, en nuestro país, existían un estimado de 800 mil personas indocumentadas. Con ello se logró canalizar apoyo para revertir una situación enteramente antidemocrática. La transición electoral luego de la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada (octubre del 2003) y los primeros referéndums del siglo 21 (Gas y Autonomías), fueron también, hitos impecables de su gestión.
La democracia electoral se encuentra en el centro del ideario democrático de los bolivianos y fue sometida a duras pruebas y argucias en los últimos 5 años. La solvencia, equilibrio y credibilidad acumulados por el Presidente del Órgano Electoral fueron determinantes para cerrar un ciclo electoral de renovación exitosa de los órganos Judicial, Legislativo y Ejecutivo. Pero, además, entendiendo que hay insuficiencias, nos deja una hoja de ruta clara para seguir trabajando en el fortalecimiento de la democracia electoral y el órgano que la administra.
Mi sincero homenaje al ciudadano Oscar Hassenteufel, quien, como sus pares griegos de la antigüedad, se entregó totalmente al Estado, seguramente descuidando sus propios intereses e incluso su salud, por el bien de Bolivia y su democracia.
