
ístete de fiesta. Saca el mejor traje que tengas, los hermosos zapatos que guardas sólo para la gala. Péinate. Usa ese perfume delicioso y celebra.
Hoy tenemos mucho para celebrar. Somos parte de las generaciones que están viviendo algo único en la historia: el bicentenario de Bolivia, que nació en Sucre el 6 de agosto de 1825.
Porque a pesar de tantos intentos de que el país no nazca, de que se quede sin grandes porciones de territorio, de haber sido quemado, saqueado, corrompido por el narcotráfico y las mil y una pesadillas que nos azotan a diario, aquí estamos festejando.
Somos los ciudadanos bajo el mismo cielo, trabajando, formando familias, emprendiendo, sacándonos la mugre y batallando para tener “el pan nuestro de cada día”. Muchas naciones no pueden darse el lujo de tener 200 años de vida independiente.
Muchas naciones no pueden brindar el pan para sus habitantes. Muchas naciones hoy, no son lo que eran hace menos de 50 años.
Y ahí está Bolivia. Para algunos un vejestorio de 200 años necesitado de una restauración urgente y darle un shot de botox que le quite, momentáneamente, las arrugas. Para otros, es una jovencita inmadura buscando el galán de turno para hacerlo presidente salvador, y después desecharlo porque no la escucha...
Para nosotros, es el lugar donde queremos vivir en paz, sin que nos molesten con la burocracia infinita, con los impuestos hasta por el aire que respiramos, sin las filas eternas para sacar fichita, sin toparnos todo el tiempo con ladrones descarados producto del juego político más despiadado.
Somos los que buscamos proteger el cielo azul del planeta, sus árboles, ríos, selvas y animales.
No somos acopaibaos, queremos aurita a un curucusí que ilumine el futuro cercano, al que lo vemos negrísimo. Ahisingo tenemos la solución. Le damos un chancletazo al tojpi mal viviente, porque no todo pasa con llajua.
Aquisito estamos los viejenials y los changuitos con un mismo fin: dejar de ser la abeja mocochinchera, dando vueltas en un mismo sitio, sin finalidad alguna, para conseguir un objetivo común: sentir que vale la pena vivir.
Así llegamos a este bicentenario, con el corazón remendado pero latiendo fuerte, como una diablada improvisada en una plaza cualquiera. Con el alma cansada pero terca, como país que no se deja tumbar ni por su historia más oscura ni por sus verdugos disfrazados de salvadores. Aquí estamos, de pie, sacudiéndonos la desesperanza como quien se quita el polvo del camino.
Porque Bolivia no es solo un acta firmada en 1825. Es la mujer que carga a su wawa mientras vende gelatina en la esquina. Es el abuelo que aún cree que las cosas pueden cambiar. Es la profesora que, con tiza en mano, enseña a leer a niños que llegaron sin desayuno. Somos esa mezcla que nos vuelve enteramente bolivianos.
Y sí, a veces nos pasa que nos pica el ají del desánimo, que nos arde la injusticia, que quisiéramos salir corriendo. Pero no pues, aquí nos quedamos, aurita mismo, con ganas de ponerle hombro al futuro, aunque esté más enredado que trámite en ventanilla pública. Porque ahisingo puede estar la posibilidad de cambiar el guion.
Así que vestite de esperanza, ponete tu mejor tipoy, ajustate los sueños al cuerpo y caminemos juntos. No para celebrar solo lo que fuimos, sino para construir lo que seremos. Que no nos falte memoria, ni coraje, ni ganas.
Ya basta de bailar la coreografía impuesta por los mismos de siempre. Este bicentenario que nos agarre con memoria y dignidad. Que suene la banda y que el taquirari no sólo nos alegre, sino que nos despierte. Porque el futuro no se hereda: se conquista a pura convicción.
Ahisingo está la oportunidad. No esperemos milagros: seamos nosotros el milagro. Porque no todo se soluciona con un sillpancho, pero todo sabe mejor si se hace con amor por esta tierra.
Y si vas a pelear, que sea por algo noble. Si vas a gritar, que sea con razón. Y si vas a quedarte, que sea con la frente alta y el alma lista. Bolivia merece más que sobrevivir: merece florecer.
Mónica Briançon Messinger es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.