
a herencia política no es solo la transmisión de un mando de generación en generación para mantener el control del poder en familia, sino también es la construcción de una identidad social que incide en la memoria y en las pautas culturales colectivas.
El neopopulismo autoritario y fascistoide del MAS, nos deja una herencia funesta que debe ser desarraigada de lo cotidiano con una propuesta contrahegemónica que supere la cultura del asalto impune a la cosa pública, la diada amigo-enemigo, la destrucción de las instituciones en cuyo seno reina la voluntad del que tienen el poder y no de la constitución, que las reglas de juego se construyen por los órganos destinados al efecto y no en la correlación violenta de fuerzas, que los gobernantes no tienen licencia para tomar decisiones discrecionales, que el debate político no es agresión física sino la esencia creativa de la democracia, que el consenso no es mala palabra, que la ignorancia no es carta de ciudadanía, que la mentira en la función pública es un antivalor, que los dogmas, superados por la historia, deben ser excluidos de la lucha política, que la ofensa no es una expresión democrática, que la república execrada no es la causa de nuestros males sino la mejor forma de gobernar democráticamente, que la venganza no es la respuesta a la búsqueda de la verdad, que la diferencia cultural entre los bolivianos no es motivo para dividirnos sino para unirnos en la diversidad.
En suma, una victoria en las urnas o en las calles de una fuerza política, no justifica comportamientos arbitrarios de ninguna naturaleza en el ejercicio del poder, más por el contrario debería ser el cimiento de la construcción democrática y el rearmado de la república del siglo XXI.
No se debe repetir lo que hizo el masismo, que tuvo la oportunidad de ser el punto de partida de un futuro glorioso asentado en las victorias que obtuvo, empero prefirió renegar y apartarse de las aspiraciones ciudadanas, articulando un régimen dictatorial con una narrativa justificadora de la iniquidad.
Con el transcurrir del tiempo la calle que fue tomada por las corporaciones, fue recuperada por la ciudadanía en épicas jornadas llenas de una incontenible fuerza moral que logró no solo disputarla sino ganarla, algo parecido sucedió en las urnas que en un principio le otorgó legalidad y legitimidad pero en el transcurso fue disipándose y cediendo su lugar a una formación antidemocrática que encontró un freno el pasado 17 de agosto.
A su turno, la mente de los bolivianos fue penetrada por un discurso que al no encontrar un contendiente contestatario se desplegó con mucha comodidad, contribuyó a este propósito la desaparición del partido político que fue reemplazado por los movimientos sociales, portadores del nuevo proyecto.
No tener una estructura ni un equipo al frente y solo contar con la aparición de alguna que otra individualidad, la resistencia quedó en la nada, bastó que la justicia corrupta los encarcelara con procesos manipulados o que las fuerzas represivas los eliminaran físicamente, con lo que el campo político fue copado a plenitud por el masismo.
El proceso de cambio aniquilador del partido político prosiguió su labor, “los de antes” fueron estigmatizados a tal punto que perdieron toda influencia sobre la sociedad, idea que se extendió como reguero de pólvora en todos los niveles incluida la oposición parlamentaria funcional, que en su cobardía cómplice, se sumo con gran entusiasmo a este comportamiento y jamás objeto el proyecto pluri.
La ciudadanía cansada de dos décadas de autoritarismo, reaccionó y en las elecciones generales del pasado 17 de agosto, con su votó, aplastó a las fracciones masistas de las aún quedan residuos de un comportamiento y lenguaje agresivos que deben ser extirpados del campo político democrático.
Es el caso de la sospecha perversa tan común en la guerra fría. En ella todo el mundo es sospechoso de algo, la posverdad pegó con fuerza, no importa lo que es sino lo que se interpreta.
Yuval Noah Harari sostiene que “…el populismo postula que en absoluto existe una verdad objetiva, y que cada cual tiene su propia verdad, de la que se sirve para derrotar a sus rivales… el poder es la única realidad…” esto es lo que se hizo y es deber de los actores políticos enfrentar esta forma de ser.
La segunda vuelta electoral es la gran oportunidad de hacerlo, dando certezas positivas a los bolivianos sin enturbiar la visión popular con afirmaciones difamantes del contrincante. La ciudadanía también debería abandonar estas prácticas, adscribirse a un determinado candidato acusando al contrario de algo sospechoso favorece a la recuperación del masismo.
En la actual disputa electoral, los odios recientemente instalados o los cálculos menudos son parte central del juego, los aspirantes parece que no perciben que si no identifican adecuadamente al enemigo común, la caída final de los pluris los arrastrará y la apertura del nuevo periodo será con otros actores. Pretender que el futuro gobierno sea instalado con la alianza solo de dos fuerzas dejando de lado a una tercera es jugar a la salida por el desastre.
La irreconciliable confrontación es parte del pasado ominoso, por ello, ahora corresponde abrir una nueva era fundada en el consenso y la tolerancia. Es cierto que, al haber dos candidatos, ambos tienen la obligación de buscar la victoria en las urnas, pero no deberían dejar de pensar que, una vez conocidos los resultados en octubre, el uno será necesario para el otro y el tercero podría ser una especie de bisagra entre los contendientes electorales, de tal modo que el nuevo gobierno además de legalidad tendría legitimidad y la fuerza necesaria para expulsar a los resabios de la dictadura.
Recurrir al lenguaje adjetivo es quedarse anclado en el pasado, Marcelo Quiroga Santa Cruz decía que si eres duro en el fondo no tienes porque serlo en la forma.
Por estas circunstancias no creo que Paz ni Quiroga busquen un triunfo electoral pringado de masismo, por mucho que en su seno tengan infiltrados, en consecuencia una guerra sucia alentada por sus estrategas y por los whatsaperos desquiciados, les otorgara una victoria de patas cortas y no aquella que Bolivia requiere.
Germán Gutiérrez Gantier es abogado y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.