
e he permitido usar el prefijo “neo” no con la intención de relacionar la connotación negativa que tiene el término en la historia política y económica boliviana, particularmente usada en los años 80–90 del siglo pasado, sino para diferenciar de los antiguos liberales del siglo XX que tuvieron su auge a principios de ese siglo y jugaron un importante rol en el desarrollo económico y político de nuestro país, para llegar agotados y terminar muriendo en las elecciones de 1978, de manera lamentable, apoyando a Juan Pereda A., delfín del dictador Hugo Banzer,. Es decir, (neo)liberales de este siglo, como continuidad de unos liberales agotados el siglo pasado.
Luego de un febril activismo por posicionar el pensamiento (neo)liberal en nuestro país, el año pasado, el 15 de junio de 2024, quienes propugnaban esa corriente de pensamiento, sostuvieron una importante reunión orientada a sentar las bases organizativas de ese movimiento. Así, el periódico Visión 360 (16/VI/2024) informaba que día antes, en un lujoso barrio de Santa Cruz de la Sierra, se firmó la “Declaración de Urubò” que dio lugar a la conformación del bloque Liberal; una coalición de derecha que se proponía “crear un Estado federal en el futuro” sobre la base de las ideas de la libertad. Este frente había decidido participar en las elecciones generales de 2025 y las subnacionales de 2026 con candidatos propios, pero sin dejar de lado la posibilidad de sumarse “a iniciativas tendientes a generar una candidatura única de oposición”. La declaración fue firmada, entre otros, por Antonio Saravia, líder del Partido Liberal; Leonardo Roca, de Nuevo Poder Ciudadano; Gisela Derpic, politóloga de Potosí; Miguel Roca, diputado disidente de Comunidad Ciudadana; Agustín Zambrana del Bunker Tercera República; José Gary Añez, periodista de Santa Cruz; el empresario Daniel Beccar de Tarija y Luis Eduardo Serrate, de Alianza Democrática Federal.
Lo que parecía ser una nueva y robusta experiencia política desde la externalidad (outsiders) de la política tradicional, de una visión liberal renovada acorde a las nuevas condiciones del siglo XXI y que generó esperanzas en alguna gente joven, se agotó, o tal vez mejor, abortó, con más pena que gloria y sin librar ninguna batalla significativa en el campo político. Ahora, en la coyuntura electoral se presenta trizado, no por efecto del embate político externo, sino como resultado de sus incapacidades internas, en una multiplicidad de opciones luego que algunos líderes circunstanciales, acogidos en alguna sigla, han preferido actuar acomodados en la política tradicional, buscando alguna visibilidad, presencia o ventaja circunstancial. Como resultado de esa fragmentación encontramos a Antonio Saravia, sin mayor protagonismo político, como candidato vicepresidencial de ADN (ahora renunciado por incompatibilidad de caracteres políticos, dice) acompañando a un anodino candidato presidencial y corriendo el riesgo de perder su personería jurídica; B. Marinkovich, cuya candidatura presidencial fue arropada por Milei y Bolsonaro, se quedó sin fuerzas para disputar la vicepresidencia y quedó satisfecho con una candidatura a senador de la alianza Lider (Tuto); J. Dunn que, después de “negociar” (fiel a la mentalidad de oferta y demanda aplicada a la política) con diferentes organizaciones (ADN, MNR, DC, etc.), logró la candidatura presidencial de un partido con dueño, Nueva Generación Patriótica, que trae el recuerdo de Dn. Max Fernandez que era dueño de su partido e incluso de los ceniceros que se utilizaban, se quedó marginado de la contienda política por no presentar su solvencia fiscal; M. Roca, de discurso ultraliberal, que pregonaba la “unidad disputada”(¿?) de manera inexplicable, se adhirió a M. Reyes Villa por simple afinidad política y sin ningún cargo comprometido; A, Zambrana quedó refugiado como vicepresidente del Comité Cívico de Santa Cruz, etc. Es posible que algún(a) liberal, con visión más realista y pertinente, se encuentre en la Alianza Unidad (Samuel) y finalmente, quedarán muchos en el camino como analistas, sin mayor trascendencia en la dinámica política real.
La analogía que mejor se acomoda a esta experiencia (neo)liberal frustrada es la que vivieron los trotskistas en nuestro país el siglo pasado. Pareciera que los (neo)liberales actuales son a la derecha política boliviana, lo que los troskistas fueron a la izquierda de esa época; fundamentalistas, cada uno dueños de la verdad y sin posibilidades de generar diálogo que permita una adecuada relación política y la búsqueda de consensos necesarios para el accionar político responsable frente a la grave situación que vive nuestro país; al punto que ni siquiera entre ellos lograron construir algo trascendente y quedaron divididos. Ambos, (neo)liberales actuales y troskistas envejecidos, se consideran portadores únicos de la verdad y de la correcta comprensión política pretendiendo, equivocadamente, acomodar la compleja realidad nacional a sus inflexibles postulados ideológicos. La realidad les ha mostrado que por ese camino equivocado, sin esfuerzo de construcción partidaria, a punta de teoría abstracta y guerra por las redes sociales, no se llega a ninguna parte y la implosión que sufrieron es la prueba de esos criterios dogmáticos.
Nadie va a negar los principios y valores ideológicos del liberalismo clásico y de su histórico aporte al desarrollo del país, pero parece que la aplicación mecánica de sus postulados por parte de los “líderes” (neo)liberales actuales (o la interpretación de esos postulados camuflados en intereses personales) les impide realizar actividades políticas con perspectiva alentadora y horizonte de unidad. Lamentable, pero esa es la triste imagen que proyectan.
Edgar Cadima Garzón es matemático, educador y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.