
acer inventarios es una práctica muy frecuente, especialmente para quienes trabajan en comercio. Algunos lo hacen de forma tecnológica; aprietan un botón y saben lo que tienen. Otros buscan lápiz y papel, ingresan a un espacio físico y simplemente cuentan lo que les queda para luego deducir lo que vendieron. Varios apelan a la memoria y evocan datos precisos de la mercadería que manejan. Sea con sistema, con lápiz o a pura memoria, el fin es el mismo: saber con qué se cuenta.
En espacios domésticos, hay quienes levantan una lista de lo que existe en la alacena para ir al supermercado y comprar lo que no tienen; otros, deciden directamente anotar lo que les falta y salir a comprar. De una u otra manera, el fin es el mismo: saber con qué se cuenta.
Los roperos se ordenan, la ropa se separa, algunas aún sirven y otras ya no tanto; no cambia sólo la vida, también cambian las tallas… es necesario saber con qué se cuenta.
Saber con qué se cuenta es un dato importante pensando en el negocio, en la alacena o en el ropero; es una información valiosísima porque te posesiona en la línea del tiempo dentro de tu presente.
Tu presente es lo que tienes y con lo que cuentas. Pensar en el pasado te detiene y te paraliza, te ancla en una realidad que ya no es la tuya.
Haz un inventario de lo que tienes, no importa si parece menos que antes; desde ya, puede ser que no tengamos la misma salud, edad, amigos, familia, trabajo o recursos; pero, es imprescindible saber con qué se cuenta; porque eso por más poco que parezca puede ser mucho en algún momento. Pensemos en nuestros talentos, en nuestro tiempo, en nuestras habilidades o en nuestra experiencia.
Acuérdense de aquel niño que entregó todo lo que tenía y ese todo era muy poco pero era suyo: cinco panes y dos peces. No pensó en categorías de “posible” o “imposible”, sólo se paró en su presente y confío en quien se lo pedía. Seguramente algunos adultos tenían más medios que ese pequeño, pero como sabían que lo que tenían no era suficiente para alimentar a una multitud, decidieron no dar nada y así actuamos muchas veces, pensando que lo que tenemos es poco o no sirve.
Ese niño entregó lo poco que tenía y eso fue lo que cambió todo. Comieron cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y los niños.
Dentro del inventario que hagamos, no nos olvidemos revisar si hemos dejado espacio para la fe porque, repito: es necesario saber con qué se cuenta; ya que, en algunos momentos en la vida es mejor que nos falte todo menos eso. La fe es “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (en palabras de Pablo), lo que nos permite gozar de un estado mental tan poderoso que podemos afrontar cualquier necesidad o adversidad, incluyendo la declaración oficial de guerra al miedo o a la duda.
Y por supuesto, sin ella, la historia del niño sería considerada sólo eso: una historia; y no uno de los milagros espectaculares realizados por Jesús y que podría ser repetido con cualquiera de nosotros si es que no permitimos que nuestras evaluaciones de lo irrealizable, improbable o imposible impidan que veamos un futuro distinto a partir de nuestro presente.
Jean Carla Saba es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.