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uede que las autoridades del municipio paceño, en sus últimas semanas en el cargo, todavía traten de averiguar para qué sirven sus funciones o cómo debe llevarse a cabo la gestión municipal. Quizá con las energías que les quedan intenten lograr la reelección o, en el mejor de los casos, justifiquen una última verbena en nombre del bien común con la excusa de que es un festival internacional. No parece que haya que ser muy optimista ni esperar que se termine de entregar la calle Abdón Saavedra en Sopocachi o se rehabilite la avenida del Poeta, vía troncal para llegar de la zona Sur al centro y viceversa. Los paceños estamos ya resignados al abandono de la ciudad y a que, en temporada de lluvias, no se nos caiga la ladera encima.

La gestión municipal de Iván Arias es muestra de la improvisación constante y de la incapacidad para comprender la administración del poder. El alcalde olvida que es la máxima autoridad ejecutiva de la ciudad y asume con facilidad el papel de reportero de exteriores, vecino y víctima de las circunstancias. Las calamidades —modesta manera de llamar a los desastres de su gestión— se van sumando año tras año. El abandono de la sede de gobierno se ve día tras día.

La impericia e inoperancia de Arias se manifiesta en la pelea constante con el Concejo. La nula gobernabilidad, a pesar de tener la mayoría, demuestra la pésima coordinación con sus concejales. El desfile de secretarios o directores revela la capacidad de su entorno para reinventar el agua tibia; la Dirección de Comunicación y las agencias municipales de Cooperación y del Bicentenario son una pequeña muestra de sueños imposibles.

Independientemente de la incapacidad para gobernar, la corrupción se ha convertido en el habitual accionar municipal. Las Loritas y sus diversos edificios fuera de norma son el sello de los intereses de las autoridades municipales, una devolución de favores que no logró concretarse gracias a los colegios de profesionales y a los defensores de la normativa. Cinco intentos de proyectos de ley y una ordenanza municipal no llegaron a buen puerto; en cambio, los nexos del alcalde con Lora y su entorno fueron titulares en los medios de comunicación.

Incluso Arias y Miranda (secretario de Culturas) eludieron las preguntas de la prensa que consideraron incómodas, incluso saliendo al trote ocultándose en algún restaurante cercano al edificio 10. Publicidad Urbana es otra de las joyas de la corrupción de esta gestión: premió a su director con cargos de alta responsabilidad y, ahora, esa misma persona gestiona los recursos humanos del municipio.

Más allá de armar prestes, hacer acto de presencia en la mayoría de las fiestas de las fraternidades folclóricas o bailar en cada fiesta patronal que tiene la ciudad con la banda que lo identifica como autoridad, todo lo que realiza el alcalde es un esfuerzo inútil: la ciclovía es una muestra del esnobismo municipal y del nulo criterio propio, donde los errores pasan por haber olvidado la topografía de la ciudad, tal como lo señaló el asesor del alcalde; el nuevo fracaso, el parqueo tarifado, demuestra la nula transparencia y la falta de información. No conocemos a las empresas que se hacen cargo del servicio por un año mediante resolución municipal que les entrega las calles, el espacio público. Hasta hoy se desconoce el estudio técnico de vialidad de la Secretaría Municipal de Movilidad o si dicho estudio depende de las empresas.

Con todo lo expuesto, no es secreto para nadie que Arias es el peor alcalde de Sudamérica, con un 78,5% de desaprobación. El espectáculo sin sentido, como el sándwich de huevo más largo del mundo, demuestra el intento de mostrar que trabajan por la ciudad. La Paz está destruida, la institucionalidad municipal reducida a cenizas y lo que alguna vez fue la ciudad maravilla aguarda nuevas autoridades y mejores días.

Roberto Marquez Meruvia es politólogo.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.