
so de que planeamos algo y se vuelca o desvía en el camino, nos pasa todo el tiempo en la vida cotidiana a las personas, por lo que no es difícil descubrir lo rotundamente complicado que se les presentan las cosas a quienes intentan conducirnos políticamente. Y, lo es más todavía cuando los aspirantes a guías llegan a sus puestos con un guion improvisado, alianzas excesivamente gelatinosas y con la mayoría de sus expertos más familiarizados con discusiones que con toma de decisiones y capacidad de entender las complejas mallas de intereses que en sus disputas tratan de que el poder político se incline hacia su orilla.
El dicho de “otra cosa es con guitarra” se refiere al foso entre lo que se promete y puede cumplirse, entre lo que se anuncia en campaña y lo que verdaderamente se sabe y controla al tomar las riendas. Entre lo que se supone y lo que es. La sinfonía a interpretar es endemoniada y no se ve un guitarrista como Robert Johnson que, con o sin pacto con el demonio, pueda dominarla y proyectarse en la historia.
Como lo ha descrito un amigo que también escribe notas de opinión y análisis, una parte considerable de la sociedad quiere ilusionarse y creer en que los nuevos gobernantes pueden conseguir domar las peores manifestaciones de la quiebra económica, social y estatal que atravesamos, pero los destinatarios de esa reserva de buena voluntad tienen dificultades no imaginadas para siquiera empezar a llenar los vacíos semiocultos detrás de su inesperado y macizo triunfo.
Si lo más visible e inquietante es la separación entre presidente y vicepresidente, allí también está la heterogeneidad de ministros, la quebradiza inexperiencia que lleva al responsable de la cartera económica a azuzar temores sociales, cuando afirma que no hay dinero para pagar compromisos estatales, mientras el canciller intenta marcar el paso y línea, al decir “no estamos para administrar gestionar una crisis sino para construir prosperidad”.
Representando a una organización política que no existe —eso de decir el “gobierno del PDC” es el estereotipo perfecto de una noticia falsa—; de plantearse encarar los cambios fundamentales bajo el rótulo de “capitalismo para todos”, después de que un régimen autotitulado socialista aceleró hasta el vértigo la expansión capitalista, constituyen referencias nítidas de desconcierto e improvisación. Para yapa, la bancada oficial, igual que la de los opositores, está compuesta en su mayor parte por la agregación de individuos cuya principal referencia es su deseo de sobresalir, acumular y escalar. Sin disciplina, ni convicciones comunes su deriva es impredecible.
Con ese tipo de problemas internos, con dirigentes opositores como el autorecluido Evo Morales Ayma, dispuestos y deseosos de abreviar la gestión que empieza para lanzar su próxima candidatura y, especialmente, sin puentes y conexión de medidas anticrisis con objetivos de largo plazo que aglutinen y dibujen horizontes comunes, el avance y porvenir de los flamantes gobernantes aparece sinuoso e incierto.
El comportamiento del vicepresidente expresa la ausencia de metas y convicciones que lleguen más allá del círculo de familiares, amigos y contactos más cercanos donde se refugia el presidente. La dispersión que predomina pudo embozarse detrás de la necesidad colectiva de superar el ambiente vicioso y decadente que desnudó la división del MAS, cuando el vínculo de lealtad a un caudillo exitoso electoralmente no pudo ya contener las fuerzas centrífugas de los corporativismos egoístas que conformaron su base. Pero, claro, ese rechazo, no importa cuan intenso y amplio hubiese llegado a ser, no sustituye una propuesta que vaya más allá de consignas de campaña.
La predisposición a espectar y facilitar fue usada y abusada por el gobierno de Arce Catacora y ese desgaste es acumulativo, aunque los protagonistas políticos luzcan tan radicalmente distintos. El tiempo corre y un gobierno que depende exclusivamente de la flexibilidad y adaptabilidad de su máximo representante no cumple los requisitos mínimos inclusive para sobrevivir. Quien piense que el apetito y voluntad de poder alcanzan para llenar los vacíos evidentes corre a toda prisa a ser fatalmente autocomplaciente y confiado.
Róger Cortez Hurtado es docente investigador.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.
