
l peor legado del MAS no ha sido como muchos creen, el increíble despilfarro de aproximadamente 65 mil millones de dólares en diecisiete años, la contratación de una enorme deuda externa e interna, el asalto despiadado a las arcas fiscales, o la pérdida definitiva de la salida al mar. Su peor legado está en el campo de lo intangible, y más precisamente, en el campo de la moral.
Consiste en haber sembrado y hacer crecer un espíritu totalmente ajeno a las tradiciones morales de la civilización occidental, que ha prendido no sólo en adultos ignorantes, sino en jóvenes y niños incautos, que han aprendido a recitar de memoria una doctrina tirada de los pelos y a replicar conductas profundamente regresivas, aparentemente políticas, pero en los hechos, propias de manada.
El MAS les ha enseñado que la ley no debe respetarse excepto cuando es para propia conveniencia, y peor, les ha enseñado que la administración de justicia puede aplicarse contra los adversarios políticos. El MAS les ha enseñado a despreciar principios democráticos esenciales, como la separación de poderes, el respeto a las minorías, la observancia de los procedimientos electorales, la fidelidad de los actos electorales o el respecto a la mayor acción legislativa, el referendo.
El MAS les enseñó a mostrarse como víctimas del racismo, pero a practicarlo en otros. Basado en una retorcida fábula sobre los supuestos habitantes originales de estas tierras, desempolvó el concepto de “indígena” y lo elevó a categoría de sujeto sagrado. Desde Evo Morales existe una raza superior, los aymaras; los demás nos convertimos súbitamente en personas de segunda clase. Y eso dio lugar a la detestable reacción recíproca: ahora, los que se creen blancos no esconden su repulsión por los que llaman indios. El daño es incalculable. Las oenegés y quién sabe cuántos gobiernos europeos, tan ingenuos como bienintencionados, aplaudieron la emergencia del espíritu étnico, sin sospechar que se estaba despertando a un monstruo.
Los “indígenas” - cualquiera sea el significado de esta palabra- creyeron que con Evo Morales les había llegado el turno de robar. Y así empezó una ola de corrupción que ha ensuciado las manos no solamente de los burócratas cholos, sino de los “indígenas” comunes y corrientes. Posiblemente nunca conoceremos las verdaderas dimensiones de las redes que pervirtieron a dirigentes “indígenas”, sindicatos campesinos, agrupaciones de mujeres y de jóvenes, que se llevaron dineros públicos convencidos de que había llegado su turno y que quinientos años les daban el derecho. Los masistas no sólo robaron, sino que los convencieron de que hacerlo estaba muy bien.
El MAS trasladó el racismo a la administración del Estado. El débil servicio civil que se construyó en años fue echado abajo de un plumazo. El mérito fue reemplazado por la militancia en el partido; así, perfectos incapaces fueron colocados en puestos de dirección. Aun peor, el MAS entregó ministerios y entidades estatales completas al manejo de corporaciones, fueran éstas mineras, campesinas o de colonizadores, introduciendo el enfeudamiento de las instituciones, y con él, la proliferación de la corrupción y el patrimonialismo. Mintieron, escondieron las verdades más incómodas. “No tenemos experiencia, tenemos que aprender”, dijeron. Nunca aprendieron, pero causaron un daño enorme al privar al país de mejores decisiones.
El MAS exaltó al caudillismo hasta el extremo de querer subordinar la Constitución y las leyes a los deseos del caudillo. Lo hizo varias veces y estuvo a punto de culminar con éxito su jugada más audaz, llevarlo a un cuarto período presidencial, en contra no sólo de la Constitución, sino de una tradición de trece constituciones que han limitado severamente la reelección del Presidente, y un referendo. Y menciono sólo de pasada la libido del caudillo, que no sólo fue tolerada, sino alentada.
Nunca como durante el gobierno del MAS se habló tanto de la “paridad de género”, una fórmula de magos para evadir la asignación de puestos de trabajo a los mejores y quedar bien con todos. Es cierto que hubo ministras, senadoras, diputadas y alcaldesas, y muchas de pollera; pero también hubo mujeres corruptas, y acoso y violencia contra las mujeres, desde la política contra innumerables concejalas, hasta sexual, incluso en oficinas del mismo gobierno.
El MAS tiene que ver directamente con la muerte de tres aventureros en el hotel Las Américas, con el asesinato de los esposos Andrade, con los fallecimientos de José María Bakovic, del Viceministro Rodolfo Illanes, de Marco Antonio Aramayo y con varios otros casos. El aparato judicial, convenientemente torcido y cooptado, se encargó de transferir hacia otros las sospechas, para después intentar que cayeran en el olvido. Se podría escribir una enciclopedia con las mentiras y engaños de los burócratas masistas. El resultado es mucho peor que su suma: es la pudrición mental de toda una generación, especialmente de jóvenes rurales y marginales urbanos, que de otro modo quizá hubieran podido desear un futuro mejor y trabajar por él.
El MAS tuvo los medios para educar a la población en los principios y valores de la democracia, consolidándola. Prefirió hacer lo contrario, educarla en los principios y valores del racismo, el caudillismo, la victimización, el rentismo, la violencia y la impostura. Enseñó también a prescindir completamente de principios morales esenciales, como el respeto a la verdad, la honradez, la decencia, la prudencia, el cumplimiento de la palabra empeñada.
Por eso no sorprende que una parte importante de los electores haya votado por el MAS en las elecciones de 2020. Lo hicieron porque éste ha logrado controlar sus mentes. Les ha repetido tanto, les ha machacado tantas veces que tienen unos derechos situados tan por encima de las leyes, que finalmente han aprendido a repetirlo. Hombres, mujeres, jóvenes, fueron a votar por un partido que sólo puede conducirlos a la miseria, porque es ahí donde terminan las aventuras populistas.
Gonzalo Flores es sociólogo y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.