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uando mi sobrina volvió de clases, de su colegio que está sobre la avenida ecológica en Tiquipaya, Cochabamba, la noté molesta. Tardó meses en contarme porqué andaba de malhumor.

Resulta que su profe de mate, al revisar un ejercicio, le puso su mano sobre su pecho. Ella le pidió que no la toque porque se sentía incómoda.

Él no le hizo caso. Averiguadas las cosas, el fulanito al que le dicen Gauchito, es un manoslargas, acostumbrado a toquetear a las alumnas. El colegio le ha dado un descanso indefinido, un eufemismo para no decir públicamente que lo ha despedido.

Algunos profes han cerrado filas y protegen a su colega. Dicen que no es para tanto. Y la directora sólo tomó la decisión de darle ese descanso cuando la fiscalía abrió una investigación. Hasta mientras no hizo nada.

La hija de un amigo mío perdió la vida porque su novio la celaba al punto de ir con ella a la universidad, “para que esté segura”; no le dejaba salir con otros amigos, por sus celos, y vivía con ella sin pagar un peso de alquiler. Una noche discutieron. Él la agarró del cuello, la asfixió y luego la lanzó desde un tercer piso. Politraumatismo encéfalo craneano dice el parte médico. La fiscalía dice homicidio agravado, en lugar de femicidio, como se llama en Argentina, y en Bolivia es feminicidio.

Su padre pide justicia. Hará una vigilia en el lugar donde murió su hija y acunó la frase “Tu vida se apagó, la lucha se encendió” #JusticiaParaMatilda.

El otro día me llegó un mensaje a la carpeta de Spam de Facebook, que decía “Hola tía muéstreme una teta”. Y otro me dijo “masista de M te doy hasta mañana para q retires la publicación q hiciste respecto a Cochabamba caso contrario hakeare todas tus cuentas escritas a tu nombre tienes hasta la medianoche” (los errores son del autor).

Escuché al pasar, cuando estuve en La Paz, a un estudiante, quien le dijo a su amigo que, aunque sea a la fuerza se acostaría con “la choquita que viene de la zona Sur”. Dando a entender que así ella llegaría a gozar con su telúrico desenfreno hormonal.

¿Por qué les cuento esto?

Porque en Bolivia, en lo que va del año —relata un periódico de Cochabamba— 69 mujeres fueron asesinadas y varias de ellas abusadas sexualmente o con un despliegue de exacerbada violencia de parte de sus agresores antes de ser eliminadas. Los expertos ven como causas para estos crímenes la vigencia enraizada del Estado patriarcal que genera desigualdad estructural, falta de presupuesto para organizar campañas de prevención, ausencia de un Estado que escuche a las víctimas y familiares para a partir de ello generar políticas de prevención y sanción y la pobreza entre otras.

¿Por qué les cuento esto?

Porque los 25 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en conmemoración del asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, activistas políticas dominicanas, en 1960. Fueron brutalmente asesinadas por órdenes del dictador Rafael Trujillo y su memoria se utiliza para concienciar sobre la violencia de género, que se considera una violación de los derechos humanos.

¿Por qué cuento estos relatos de terror?

Porque el horror es demasiado intenso para callarlo. Porque hay un fracaso de la sociedad patriarcal y machista. Porque la escuela, casi un segundo hogar para niños y niñas, se ha transformado, excepto salvedades, en espacios de acoso, maltrato y humillación.

La sociedad está organizada bajo un sistema patriarcal que otorga superioridad, poder y control a los hombres sobre las mujeres. La violencia es un mecanismo utilizado para mantener esta subordinación.

La falta de acceso a recursos económicos, educación y empleo en igualdad de condiciones limita la independencia y capacidad para salir de relaciones violentas.

Concepciones filosóficas, religiosas y pseudocientíficas han justificado la superioridad masculina y la relegación de la mujer al ámbito privado, creando un sustrato ideológico para la violencia.

Queremos un cambio profundo en las normas sociales y las relaciones de poder para que la violencia sea erradicada.

Queremos vivir sin violencia.

Mónica Briançon Messinger es periodista.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.