
uando era niña, mis papás me enviaban a dormir temprano, porque comenzaba “La esclava Isaura” y decían que no era para mí. Era la telenovela del momento, y era para adultos. Yo me moría de ganas por verla. 40 años después, estoy deseando todo lo contrario. No quiero ver más telenovelas. Resulta y acontece que, en vez de estar leyendo noticias sobre en qué anda el tema de los dólares, las reservas internacionales netas, o el nuevo tipo de cambio, ahora nos dedicamos a ver la telenovela del día.
Las “Lareadas” me tienen harta. Que si le es infiel, que si usa tal o cual traje, que si su esposa tiene un tumor en el cerebro, que si quiero hacer marcha porque no destituyen al que me agarró del pescuezo, y así, diariamente. Basta.
Otro telenovelero es el expresidente Arce. Entre sus líos amorosos, los dramas familiares de sus hijos, y su “supuesto bebé”, quedó de lado su tremenda ineficiencia para controlar el gasto público, y ahogar la economía de Bolivia bajo el modelo socioplurimulti corrupta.
Capítulo aparte para el Fugado Chapareño y sus amoríos adolescentes. Nadie le hecha el guante y lo pone a ver el sol a rayas en Chonchocoro. Estas telenovelas están de buen tamaño. Bolivia ha votado un cambio de gobierno, por un un cambio real de timón. Va siendo hora que nos tomemos en serio el serio problema económico que tenemos entre manos. Va siendo hora que los propios medios de comunicación dejen de amplificar la telenovela, a título de trascendidos, y comiencen a hacer las preguntas reales, preguntas serias, más allá de sus ansias de likes, preguntas de fondo como:
¿Vamos a seguir subvencionando a la harina, o a la gasolina, o cortaremos la subvención? ¿Será paulatino? ¿Cómo vamos a pagar toda la deuda que adquirió Arce en sus pésimos cinco años de gestión? ¿Y cómo pagaremos la deuda que ahora estamos adquiriendo para salvar a nuestra quebrada economía? ¿Cómo inciden las nuevas políticas en la inflación, salario mínimo ly los indicadores de consumo? ¿Estas medidas mejorarán las condiciones laborales y la calidad de la gente en Bolivia?
Como se preguntaba mi gran profesor de macro economía, Ronald Paz Schüller, ¿seguiremos jugando a Robin Hood, haciendo el ridículo cobrándole impuestos onerosos sólo al 20% que emite facturas por su negocio, mientras el 80% elude el pago bajo el título de ser comerciante informal? ¿Eludiremos el hecho de que queremos sacar plata de donde no hay y seguiremos gastando más de lo que producimos porque le tememos al “pueblo”, porque si quitamos la subvención “¿qué va ser del pueblo, pues?”
Los nuevos mandatarios dicen que hay que ajustarse los cinturones, pero ¿están tomando las medidas pertinentes para reducir el estado? ¿o sólo seguimos repitiendo consignas, diciendo lo que la gente quiere oir, pero en el fondo, seguiremos siendo más de lo mismo? ¿Seguiremos siendo un país lleno de BOL? ¿Papelbol, cartonbol, ecebol, lacteosbol, pelotubol?
Mientras el país intenta descifrar cómo salir del hueco económico, nuestros políticos siguen actuando como si estuvieran en el casting de la próxima telenovela de la tarde. Qué peligroso que el personaje detrás de la vicepresidencia sea un adicto a los likes, jugando a ser influencer tiktoker y no estar a la altura que la investidura le demanda. Qué peligroso vivir en una sociedad donde los medios, amplifican sus “lareadas” y se celebran como hito de Estado. Qué ganas de leer esta noticia, con el rótulo de Bolivia Verifica o Chequea Bolivia con un cartel de “noticia falsa”. Pero no. Es la dura y lamentable verdad.
Y así seguimos, entretenidos con triángulos amorosos, contradicciones y dramas por cámara, mientras la economía pide auxilio con megáfono. Si esta es la nueva forma de gobernar, por lo menos podrían avisarnos en la programación oficial si toca comedia, suspenso o tragicomedia. Porque Bolivia ya no está para capítulos extra; está para decisiones adultas. Y si a nuestras autoridades les da alergia la seriedad, pues que no se ofendan cuando el público les cambie de canal.
Porque si algo está claro, es que aquí nadie está dispuesto a pagar el costo de decir la verdad: que se acabó la fiesta, que no hay plata, que el país está al borde del desbarranque por años de despilfarro y corrupción.
Bolivia no necesita más telenovelas. Necesita coraje. Necesita decisiones duras. Necesita que dejemos de aplaudir monigotes y comencemos a exigir capacidad, seriedad y disciplina económica. Y si a algunos les incomoda la idea de trabajar en silencio y sin escándalos, pues que se vayan. El país ya no tiene tiempo para divas ni para actores de medio pelo.
Mónica Briançon Messinger es periodista.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad de la autora y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.
