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ese a las muestras cotidianas de que la democracia es agredida por el poder político dictatorial, el tema es tratado con una banalidad alarmante por la oposición, el empresariado, los analistas, varios comunicadores sociales e importantes sectores de la ciudadanía que, al parecer, están satisfechos con la existencia de una formalidad institucional que enmascara el avance de la dictadura.

Pese a los esfuerzos desplegados para que los políticos se ocupen de los más graves problemas del periodo con la profundidad necesaria y no se suponga que la solución es solo asistir a las urnas, la coyuntura se ha electoralizado, se anuncian candidaturas, aproximaciones de fuerzas, alquileres de sigla, en fin un despliegue importante que debe ser tratado con mayor cuidado por los actores políticos.

La vulneración de la Constitución es parte del juego político admitido por todos, los escombros institucionales sirven para que unos oculten su cobardía de no rebelarse porque todavía queda alguito en pie, prefieren hacerse de la vista gorda ante la presencia de hechos que deberían provocar enérgicas reacciones, a los otros les sirve para falsamente demostrar al mundo de que vivimos en democracia, gozando de derechos y libertades, de este modo ellos confluyen en instalar un ambiente electoral que secundariza los acuciantes problemas que aquejan a los bolivianos.

Ciertamente habrá que esperar que el debate electoral retome temas de fondo y no solo la exclusiva discusión de candidaturas que parcelan el territorio en función a caciques que siempre están presentes en la disputa de la torta electoral.

El país requiere de los aspirantes, propuestas destinadas a recuperar la democracia antes del mes de agosto de 2025, no se puede, no se debe, dejar de lado la necesidad de desmontar la maquinaria autoritaria que destroza gradualmente la democracia, abusando de los vacíos legales, o usando indebida o excesivamente la ley que se la aplica selectivamente en medio de una guerra jurídica, en la que se persigue, neutraliza o destruye a sus enemigos políticos, como advierten agudamente Steven Levitky y Daniel Ziblatt.

Este abuso es respaldado por una profusa campaña mediática gubernamental como por una falta de respuestas transparentes de los opositores que expliquen la gravedad de la situación.

Me niego, así esté en minoría, a aceptar y someterme a los resultados del inconstitucional proceso electoral parcial que ha elegido a una parte de las autoridades judiciales y constitucionales, profundizando la grave crisis que aqueja al sistema judicial bajo el argumento de que en el albur se cuele algún buen abogado como magistrado capaz de enfrentarse en soledad con éxito al poder político abusivo y frenar el copamiento del poder por la dictadura.

Con la misma convicción creo necesaria la unidad de la oposición no sobre la base de un mesías, sino de una causa que nos de certidumbre de futuro, así su logro sea de grandes sacrificios.

Creo también imprescindible no mentir a la ciudadanía anunciando unidades totales que no se darán o promoviendo mecanismos que solo son posibles en el ejercicio de una democracia estable, inexistente hoy en día en nuestro país.

Estoy seguro que juntar a dirigentes y firmar documentos es insuficiente, porque la sumatoria de individualidades que no garantice las bases de un gobierno fuerte y de largo aliento es un gesto menudo alejado de lo que se requiere.

La gravedad de la crisis política, social, económica y moral exige grandes respuestas que aproximen tradiciones diferentes. La base fundamental debe ser un programa mínimo de gruesas líneas y no un rosario de propuestas sobre la gestión de gobierno.

Estoy convencido que la palabra debe ser cumplida por quienes la empeñan, algo extraño en los actuales gobernantes. Esa debería ser una característica que diferencie a la oposición seria del oficialismo mentiroso.

La firma de un acuerdo entre cuatro lideres políticos fue esperanzadora, pero su falta de claridad en los propósitos dejó muchas dudas. La unidad debe ser trabajada sin pausas pero sin prisas, su ingeniería se anuncia complicada, ese es el desafío, suponer que con la firma de un documento todo esta resuelto no es cierto como tampoco es pertinente descalificarlo sin más ni más.

La experiencia de los históricos y la fuerza de los nobeles actores debe volcarse a diagnosticar adecuadamente el mal que sufre el país y la cura necesaria, la flexibilidad ideológica es imprescindible evitando dogmatismos inmovilizadores como cínicos pragmatismos, nadie es imprescindible o prescindible, nadie esta por encima del resto, no deben haber generales sino capitanes.

La visión debe ser de largo aliento, requerimos estadistas no gobernantes prosaicos, equipos de intelectuales que superen la ignorancia instalada en el manejo de la cosa pública, valores y principios comunes que nos aproximen, que las estrellan bajen del cielo e iluminen con claridad en la tierra los vacíos de entendimiento del ciudadano, no se debe ilusionar a la gente con posturas demagógicas, corresponde que las propuestas sean realistas sin quitar la ilusión de un país mejor.

Está planteado el desafío, les toca reaccionar a los que quieren ser. Tal vez así tengamos una fraterna Navidad y un esperanzador 2025. Un abrazo a todos.

Germán Gutiérrez Gantier es abogado y político.

El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.