
l ejercicio del poder político puede ocasionar una serie de comportamientos no siempre en el plano de la racionalidad y si más bien como patologías en sus detentadores.
Nuestra historia, al igual que en el resto del mundo, esta plagada de personajes enfermos de poder cuyos actos gubernamentales los sufre la sociedad y los daños provocados deben ser resueltos en largos procesos históricos con elevados costos sociales.
Estos síntomas son manifestaciones del Síndrome de Hubris, palabra de origen griego que significa orgullo o arrogancia. Es una enfermedad de poder que se caracteriza por un trastorno, un cambio de personalidad de quien se encuentra en el ejercicio del poder y puede “generar un ego desmedido y desprecio por las opiniones y necesidades de los demás” de tal modo transgreden las normas de la sociedad sin pudor.
El ejercicio del poder por estos personajes ha sido más que doloroso para las naciones que tuvieron o tienen la desgracia de tenerlos como parte de su historia. Hitler, Stalin, Pol Pot, Kim Yon-un, Trump, Maduro, Ortega, Morales Ayma y otros más son apenas una parte de estos enfermos de poder que han causado y causan tanto daño.
Con el retorno de la democracia en la mayoría los países del mundo en la década de los 80, no siempre las urnas decidieron por los mejores, sino que alguno que otro mediocre e infame se coló y fue elegido gobernante endulzando su pequeña existencia con las mieles del poder que creen es de por vida y sin reparo alguno vulneran las reglas de juego porque en su lógica ellos son más importantes que la colectividad misma.
Estas obsesiones han cundido y muchos gobernantes están angurrientos de poder, por ello se han establecido algunos límites que eviten una utilización abusiva de las instituciones de la democracia con frenos a probables contagios del síndrome de Hubris, estableciendo una temporalidad de uno o dos mandatos en el ejercicio del poder para que no sea indefinido o por largos periodos.
Pese a la normativa nacional e internacional previsora sobre el tema, el riesgo es permanente por la tozudez de quienes se niegan a aceptar las reglas de la democracia. Un representante notable del síndrome de Hubris en nuestro país es Evo Morales que, junto al MAS en todas sus fracciones, se mueven en torno a sus aspiraciones despreciando a la mayoría de los bolivianos. Ignoran las necesidades del conjunto de la ciudadanía y se ocupan de lo suyo vulnerando la normativa y sentencias constitucionales como a decisiones emitidas por organismos internacionales sobre el particular.
Desconocen, olvidan o manipulan los resultados del Referéndum del 21 de febrero de 2016, de la Opinión Consultiva N° 28/21 del 7 de junio de 2021 de la CIDH que se ha pronunciado afirmando que “La reelección indefinida no constituye un derecho humano protegido por la Convención Americana…” por lo que las limitaciones a la reelección son compatibles con las normas del Pacto de San José de Costa Rica y han sido refrendadas por la SC 1010 de 28-12-2023 que deja sin efecto la SC 084/2017 que permitía la presentación como candidato de Morales Ayma, debido a que la “…la habilitación de reelección indefinida es contraria a los principios de una democracia representativa y busca evitar que una autoridad se perpetúe en el poder y, de esa manera, se asegura el pluralismo político, la alternancia en el poder, así como el sistema de frenos y contrapesos”.
Pese a la claridad de las decisiones anteriores, Morales se niega a acatarlas recurriendo a acciones conspirativas antidemocráticas, despliega su lucha tribal en las calles, donde se enfrentan las fracciones sin ninguna regla de juego excepto la que emerge de la violencia de los bloqueos, vigilias y todo cuanto sea necesario para imponerse.
En el tira y afloja, que también les es útil, el uno ofrece la renuncia de un ministro que fracaso en todo menos en su adscripción al autoritarismo, con la creencia que ello distraerá los ímpetus del contrincante o, luego se sabrá, al ser parte de acuerdos subterráneos es una inflexión que debe ser retribuida, entonces el otro anuncia la suspensión del bloqueo de caminos sin dar ninguna explicación.
Él se merece todo, el resto debe sacrificarse, él no es imputable todo lo puede pese a los múltiples delitos que comete y a las advertencias gubernamentales que nunca se ejecutan, su enfermedad por el poder en lugar de ser respondida con firmeza es soliviantada.
Con actores neopopulistas, tribales, autoritarios y fascistoides, nuestros países se detienen o retroceden en relación a las conquistas universales, dejándonos en la disyuntiva de aceptar dócilmente este destino o reaccionar y recuperar el tiempo impulsando renovados valores y principios comunes.
Las cosas están clarísimas ¿alguien se anima a tomar la posta para reemplazar a los enfermos del poder con saludables y democráticos gobernantes que piensen en el país?
Germán Gutiérrez Gantier es abogado y político.
El presente artículo de opinión es de responsabilidad del autor y no representa necesariamente la línea editorial de Datápolis.bo.